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El spoiler del mes: La Bestia y la Bella stripper a-go-go de club nocturno de Louisiana

El spoiler del mes: La Bestia y la Bella stripper a-go-go de club nocturno de Louisiana

En nuestra afamada sección Spoilereando Pelis, rescatamos hoy a otro gran clásico del cine de ensayo y error: The Exotic Ones, película de 1968 también conocida como The Monster and the Stripper. Este film, de bajo presupuesto, es una curiosidad por varias razones, entre las cuales no es la menor ser la última película de horror, sexo, sangre y violencia dirigida por Ron Ormond antes de que se dedicara de lleno al cine ultrareligioso.

La película, ambientada en el Nueva Orleans nocturno de neones y clubes de striptease de Bourbon Street, —"la jungla de carne humana", como lo llaman— cuenta la historia de un night-club que necesita renovar urgentemente sus atracciones nocturnas. El director del club busca un compañero para complementar el número de Titania, la stripper principal, y no se le ocurre mejor idea que capturar un monstruo que merodea por los pantanos de las cercanías, una especie de Big Foot, para exhibirlo en una jaula junto con la vedette.

El club está regentado por Nemo, un gángster interpretado por el mismísimo Ron Ormond con peluca. Una característica del film es que el casting lo integra la familia y vecinos de Ron. Así, por ejemplo, June Ormond, la esposa del director, interpreta a Bunny, una stripper entrada en años, y su hijo Tim Ormond a un empleado del club.

En el club de Nemo hay también otras atracciones: una cantante naif que da el mal paso y acaba de stripper, un extraño dúo que toca la armónica y un "pintor psicodélico" con acento francés que pinta coloridas volutas sobre el cuerpo de una chica desnuda. Y Bunny, la stripper de la tercera edad que hace su número erótico con las siglas "LSD" grabada en los calzones. Pero Titania es, indiscutiblemente, la star del establecimiento: su exótico número de stripper acrobática, haciendo girar con sus pechos unas borlas con fuego prendidas a sus pezoneras no tiene rival como la gran atracción de la noche. La idea es reunir a Titania con el monstruo del pantano. La historia, hasta este punto, sigue los pasos del clásico "King Kong", pero con menos presupuesto.

Y aquí tenemos otra curiosidad, el personaje de la terrorífica bestia del pantano está encarnado por la leyenda del rockabilly Sleepy LaBeef. Sucedió que el músico era vecino de Ron Ormond, y se dejó convencer para calzarse un taparrabos, una dentadura postiza y un pelucón (las pelucas eran el CGI de las películas de serie Z en los 60’s). Los dos metros de altura del robusto Sleepy hicieron el resto. Más o menos. (Hay que decir que el film no consiguió acabar con la carrera de Labeef: siguió grabando discos y dando conciertos hasta su muerte en 2019).

Hay unas cuantas escenas de alto impacto en la película. La bestia arrancandole el brazo a un cazador y usando ese mismo brazo como arma para apalearlo hasta la muerte; la bestia decapitando y devorando en directo a una gallina (varios años antes que lo hiciera Ozzy Osborne sobre un escenario)... A lo largo del metraje se van sucediendo también los numeritos de baile sexy con bestia al fondo, encerrado en una jaula, hasta que llega la escena que desata el caos: dos de las vedettes se trenzan en una pelea de gatas por un quítame de aquí esas plumas, y en medio del caos reinante la bestia aprovecha para escapar de su prisión. Los acontecimientos se precipitan: el monstruo del pantano se encara con Titania, la stripper acróbata, y le rebana (y devora) uno de sus pechos. Luego encuentra a Nemo, y en un primerísimo primer plano le estruja el cráneo y lo aplasta como a un melón maduro. Un final opuesto al del clásico "King Kong", como podemos ver. La bestia, impune, desaparece en la noche, y los policías encargados del caso concluyen, entre sonrisas, que "son cosas que pasan" en Nueva Orleans.

Poco tiempo después de terminada esta película, Ron Ormond salió milagrosamente ileso de un accidente de aviación. Y ya sea por este hecho, o porque se diera un buen golpe en la cabeza, decidió que aquello había sido una señal divina y que dedicaría el resto de su vida a glorificar al Señor facturando películas de temática cristiana, convirtiéndose en un auténtico cruzado contra el erotismo, contra el ateísmo y, ya de paso, contra los comunistas. Películas, eso sí,  con el mismo presupuesto inexistente (solo el dinero suficiente para unas cuantas pelucas) que sus anteriores producciones: un nuevo subgénero de Serie Z que pasaría a conocerse como Godsploitation.

El cine de ensayo y error perdió así a uno de sus próceres, un titán de ese olimpo formado por Ted V. Mikels, Edward Wood Jr. Doris Wishman y Byron Mabe, entre otros ilustres realizadores. Pero al menos, eso sí, el cielo se ganó un santo.
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El Dream Team de las ideas planas: el Flat Earth Fútbol Club

El Dream Team de las ideas planas: el Flat Earth Fútbol Club

"¡Adelante Club Flat Earth,
hoy tu hinchada ya está aquí!
en lo bueno y en lo malo,
el agua no se curva, el horizonte es plano,
¡el agua no se curva, el horizonte es plano!
lolo lolooo lo lo loooo..."

Sí, hoy vamos a hablar de fútbol. Y será para rendir homenaje a una gloriosa escuadra de breve existencia, breve como una estrella fugaz, si es que tal cosa existe. Hablaremos del Flat Earth Fútbol Club, el primer, único, y seguramente último club de fútbol del terraplanismo.

El Flat duró apenas dos años, pero fue suficiente para ganar nuestros corazones de aficionados. Aficionados a las ideas raras. Porque de hecho el club se definía a sí mismo como "el primer club de fútbol cuyos seguidores están unidos por una idea". Esa idea era, ni más ni menos, la de que la Tierra es un disco plano como una pizza y cubierto por una gran cúpula, una especie de cuenco invertido llamado "domo". El movimiento terraplanista tenía al fin su Dream Team.

¿Pero, cuál es la conexión entre la idea de que la tierra es plana y el deporte rey? El impulsor de todo esto fue Javi Poves, futbolista profesional y convencido terraplanista que vivió tardes de gloria jugando en el Sporting de Gijón. Una vez retirado, decidió invertir sus ahorros en un club de la tercera división en dificultades económicas, el Móstoles Balompié. Así, en 2019 y bajo su presidencia, el club cambió el nombre a Flat Earth FC, para esparcir la Palabra del terraplanismo por el ancho (y plano) mundo. Poves diseñó una bonita camiseta para su flamante equipo, una camiseta azul que lucía en el pecho, del lado izquierdo, un mapa de la tierra plana. El objetivo era ascender a segunda división, luego a primera, después ganar la Liga, luego la Champions... y de ahí a la eternidad. La idea estaba en marcha.

El Flat Earth decía ser "un equipo en el que cualquier persona, sea de donde sea, podrá sentirse parte de él". Porque fue, verdaderamente, el primer equipo mundialmente deslocalizado: aunque estaba en Móstoles, una localidad del suroeste de Madrid, no representaba a los mostolenses, sino a los millones de terraplanistas repartidos por el mundo, a todos los que rechazan la teoría heliocéntrica, y a "todas aquellas personas que buscan la verdad", según decían ellos mismos. Así, el Flat Earth pasó a ser en teoría el equipo con más seguidores en todo el planeta.

"Hoy viajamos todos desde el Plano,
las estrellas en el Domo girarán.
es el éter el que empuja hacia abajo,
todos juntos por el nuevo despertar.
¡Flat Earth! Lolo lo lo lo lo, lolo lo lo lo looooo..."

Hay que destacar que el presidente del club, Javi Poves, siempre fue a la contra en todo: apenas con 25 años y siendo aún joven promesa del Sporting de Gijón, decidió retirarse tras comprobar que la élite del fútbol era un gigantesco pozo de dinero, poder y corrupción. Justamente las razones por las que todos nosotros mataríamos por formar parte de ella.

¿Cómo surgió en este hombre el convencimiento de que la tierra es plana? Tal vez la iluminación le llegara observando detenidamente el campo de fútbol: campo siempre tan perfectamente plano que el balón, puesto sobre el césped, nunca rodaba hacia uno u otro extremo sino que se quedaba quieto en el sitio. De ahí, presumimos, solo había un paso a considerar que el resto del mundo no es más que la continuación, por otros medios, de ese campo de fútbol indiscutiblemente plano. Una vez el concepto había nacido en su mente, decidió que la mejor manera de darle visibilidad sería justamente a través del más popular de los deportes. Y esa fue la misión del Flath Earth FC.

"Yo te quiero a ti tierra plana y siempre te voy a alentar,
la banda que va a todos lados contando siempre la verdad.
No habrá lugar donde se escondan, son cuatro oscuros nada más,
la Tierra a todos pertenece ¡La vamos a recuperar!"

Mención aparte merece su entusiasta hinchada, que repetía fervorosa en cada encuentro los cánticos —algunos reproducidos aquí– que el club les proporcionaba. Combativos cánticos en contra de la ley de la gravedad, del sistema solar y de la ciencia en general, esa que siempre nos engaña. En las rimas se adivina la inspirada mano del mismísimo Javi Poves:

"Toda la ciencia es así,
todo es una gran mentira,
cuando no tienes opción,
te la meten bien metida.
Soy terraplana señor
cantemos todos con alegría,
y aunque no salgas campeón
el sentimiento no se termina.
¡Y dale Flat, y dale dale Flat
y dale Flaaaat, y dale dale Flaaat..."

Y, por descontado, destacaban los cánticos contra la agencia espacial estadounidense, la bestia negra del terraplanismo. El Flat Earth tenía incluso una mascota oficial que era un astronauta, en clara alusión burlesca a Pedro Duque, el astronauta español que por entonces ocupaba en el gobierno el cargo de ministro de ciencia.

"La NASA, la GUASA, la NASA es una farsa,
La NASA, la GUASA, la NASA es una farsa,
La NASA, la GUASA, lolo lo lo lo loooooo..."

Cántico va, cántico viene, tampoco se olvidaban de los verdaderos culpables de haber introducido la falsa noción de que vivimos en un mundo esférico como un balón de fútbol:

"Ooh lelé, ooh lalá,
si eres un masón,
te arrepentirás..."

Los jugadores del Flat no estaban en principio obligados a compartir las ideas que promovía el club, aunque cada tanto asistían a las conferencias en las que participaba el presidente, y en donde se difundían las teorías del terraplanismo. Alguno de sus cracks, preguntado al respecto en una entrevista, afirmó que si la Tierra era plana o esférica desde luego no era asunto suyo. "Lo mío es jugar al fútbol", zanjó.

"¡Ooooooooh Flat!
Te animo, me animas
y el mundo no gira,
toda la historia es mentira.
Por todo el Plano viajaré,
¡¡Alentándote!!"

A pesar de tanto derroche de entusiasmo, los títulos conquistados por el Flat Earth FC pudieron contarse con los dedos de una oreja. Y para completar la situación, llegó la pandemia que impuso un parón a los grandes eventos deportivos. Y también a los partidos del Flat Earth.

Tristemente, la institución no superó su bache y, en 2021, pasó a ser una filial del club Fuenlabrada, cambiando el nombre a Fuenlabrada Promesas. Javi Poves, su presidente, se desvinculó del club, y a partir de entonces, no más tierra plana, no más mística, no más cánticos inspirados... solo el aburrido fútbol de toda la vida. Y el mundo sigue girando.
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Los primeros hombres en la Luna: los espirinautas de la Escuela Científica Basilio

Los primeros hombres en la Luna: los espirinautas de la Escuela Científica Basilio

El 20 de julio de 1969 fue una fecha especial en la historia de la humanidad: tres hombres pusieron al fin un pie en la Luna. Esos hombres fueron tres intrépidos rioplatenses, integrantes de la Escuela Científica Basilio. Fue un pequeño paso para ellos, pero un gran paso para la humanidad. Unas horas después, llegaría Neil Armstrong.

Incomprensiblemente, esta gesta cayó en el olvido. Hoy, Armstrong, Aldrin y Collins; los tripulantes del Apolo 11, el segundo grupo de hombres en llegar a la Luna, son admirados como los grandes héroes de la gesta espacial, y la NASA es la que se lleva todo el mérito. Casi nadie recuerda, en cambio, a aquellos tres pioneros espaciales de la Escuela Científica Basilio.

La crónica del viaje lunar fue rescatada por el periodista argentino Alejandro Agostinelli. Pero antes de sumergirnos en ella, es necesario dar un breve repaso a la historia de la venerable institución que hizo posible aquella hazaña:

La Escuela Científica Basilio es la primera y única institución fundada por alguien después de muerto: Pedro Basilio Portal ya llevaba tiempo fuera de este mundo cuando, valiéndose de una médium llamada Blanca Lambert, se puso en contacto con su hijo Eugenio Portal, un notario de Buenos Aires, para encargarle la creación de una Escuela destinada a difundir la palabra de un conocido suyo del Otro Mundo: Jesús de Nazaret. Nació así, en el año 1917, en Buenos Aires, Argentina, uno de los movimientos espiritistas más inquietos y potentes de la Historia. Pedro Basilio, el fundador, insistía desde el Más Allá en que el tal Jesús de Nazaret le había dicho que en su paso por este mundo no se había explicado bien, y por lo tanto su mensaje se había malinterpretado totalmente. Para subsanar el error y difundir la verdadera Verdad, debía nacer la Escuela.

En los años sesenta la Escuela Basilio alcanzó una enorme popularidad en Argentina. Tanto, que realizaba periódicamente multitudinarios actos espiritistas en el Luna Park, el mítico estadio cubierto de la ciudad de Buenos Aires, célebre por sus veladas boxísticas. El evento se anunciaba como "Cristo habla en el Luna Park", y no era publicidad engañosa: el mismísimo Jesús de Nazaret, canalizado a través de una médium, daba mítines a un público entregado. En el escenario había además otros tantos médiums, todos vestidos con el uniforme de la Escuela Científica Basilio, un guardapolvo blanco, que daba el definitivo toque científico al evento. 

El orador principal siempre era, por descontado, el mismísimo Jesús, que acostumbraba a departir sobre todo lo divino y lo humano. Pero después de él tomaban mediúmicamente la palabra Sócrates, Juana de Arco, Beethoven, Marie Curie o Cristóbal Colón. No se puede decir que los debates no fueran de altura.

El momento álgido se alcanzó, sin embargo, el 20 de julio de 1969, en la sede de la Escuela Científica Basilio de la ciudad costera de Mar del Plata. Aquel día, a las 18, hora argentina, el Hermano Lalo (Hilario Fernández, el por entonces Director Espiritual de la Escuela) y otros dos médiums, iniciaron un desdoblamiento con rumbo a la Luna. Por este procedimiento, los espiritistas abandonaron sus cuerpos físicos y se trasladaron, a través de un "cordón fluídico", hasta nuestro satélite natural. Aunque en la sede terrenal la presencia de público era abundante, lamentablemente el acto no se transmitió por televisión. Sin embargo, el periódico "Espiritismo", órgano oficial de la Escuela, nos legó una detallada, emocionante y descarnada –nunca mejor dicho– descripción del histórico viaje:

(Hermano Lalo, dirigiéndose a sus dos compañeros): –"Vamos, vamos, avanzando los tres juntos, sin apurarse, despacito, no se vayan muy lejos de mí, sigan cerca de mí, vamos, hay mucho por recorrer, vamos, apuremos. ¿Qué ven delante de ustedes? ¡Qué grande! ¡Qué inmenso!". 

A continuación, el Hermano Lalo nos cuenta que hay cráteres, y mucho polvo. No hay agua, ni ningún ser vivo a la vista. –"Todo es más gris de lo que se ve desde la Tierra", afirma, un poco decepcionado.

–"No se vayan adentro de la Luna, más acá, no se apuren", el Hermano Lalo tiene que refrenar así el entusiasmo de sus dos jóvenes acompañantes.

–"¡Qué extraño, está lleno de cosas el espacio, de rocas de piedra! Parece que el espacio estuviera lleno de objetos", exclaman los tres espirinautas frente al panorama que se despliega ante sus ojos espirituales.

–"¿Están cansados ustedes? Sí, están cansados, volvamos ¿no?", zanja por fin, prudentemente, el Hermano Lalo. Minutos después, los tres viajeros retoman el "cordón fluídico" por el que habían ido y vuelven a ocupar sus cuerpos materiales en la filial de la Escuela Científica Basilio de Mar del Plata.

Todo esto ocurrió exactamente seis horas antes del alunizaje del Apolo 11. 

Luego vendría la historia conocida: el módulo Eagle posándose sobre el Mar de la Tranquilidad, el paseíllo lunar de Armstrong y Aldrin, la bandera americana, la emoción de los técnicos de la NASA, todo retransmitido en directo a las pantallas del mundo entero. Todo seis horas después del paseo por la Luna del Hermano Lalo y sus dos valientes acompañantes.

A veces la Historia es tremendamente injusta.

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La increíble saga de progresión aritmética del tiburón multicabezas

La increíble saga de progresión aritmética del tiburón multicabezas

El cine de bajo presupuesto fue, es y será una debilidad de este blog. Pero por una regla no escrita, aquí nunca hablamos de películas hechas más allá de la década del setenta. El motivo: a partir de los ochenta, y alimentados por el creciente mercado del video, los estudios empiezan a facturar bodrios que, cargados de ironía autoconsciente, buscan la complicidad del espectador de risa fácil.

Pero hoy nos saltaremos la regla (que para eso uno es el jefe del blog, y puede hacer lo que se le antoje). Y lo haremos para comentar brevemente la que para nosotros es la mejor saga cinematográfica desde El Padrino: la increíble saga del tiburón multicabezas.

Después del éxito estratosférico de Tiburón (Jaws, 1975, Steven Spielberg) se fueron sucediendo a lo largo de los años toneladas de películas con escualo protagonista que han intentado, de una forma u otra, aprovechar el tirón. Algunas tan absurdas como una de tiburones que se deslizan por debajo de la arena de la playa (Sand Shark), otra de un tiburón fantasmal al que unos adolescentes convocan con una ouija (Ouija Shark), una de un tiburón poseído por el demonio al que persigue un cura exorcista (Shark Exorcist) o la famosa serie de películas sobre un devastador tornado lleno de tiburones en su interior (Sharknado). 

Pero de entre todos estos despropósitos surge una película que dará lugar a toda una saga memorable: El ataque del tiburón de dos cabezas (2012), de la productora Asylum, dirigida por Christopher Ray, y protagonizada por algunas estrellas menores a las que les sienta muy bien el bikini (Carmen Electra, Broke Hogan). la trama de esta película no tiene en principio grandes sorpresas: un grupo de universitarios en un barco es atacado y devorado por un abominable tiburón. Solo que el tiburón tiene dos cabezas.

Podemos adivinar el razonamiento detrás de este film: si el tiburón de la película de Spielberg resultó un monstruo aterrador, es claro que un tiburón con DOS cabezas –dos bocas, dos mortíferas dentaduras– resultaría DOBLEMENTE aterrador.

Y establecida esta premisa, el recurso a utilizar para la tercera entrega de la saga estaba cantado: ¡tres cabezas! Y así sucesivamente: el mecanismo es simple, pero endiabladamente eficaz: para asegurar la continuidad de la saga, basta con agregar en cada entrega una cabeza más al engendro.

Así las cosas, en 2015 se estrena El ataque del tiburón de tres cabezas. Las innovaciones argumentales son pocas: hay unos adolescentes en una fiesta en la playa, chicas en bikini y hay también un grupo de activistas ambientales. Todos son atacados por el tiburón de tres cabezas. Esta entrega, dirigida también por Christopher Ray, contó además con las interpretaciones del actor Danny Trejo y del luchador de catch Rob Van Dam. Y sí, puede que el argumento no sea gran cosa, pero... ¡el tiburón tiene tres cabezas!

La siguiente entrega de la saga, El ataque del tiburón de cinco cabezas (2017), desconcertó de entrada a los espectadores: ¿qué pasó con el esperable tiburón de cuatro cabezas? ¿por qué ese salto de tres a cinco?. La película misma despeja la incógnita: comienza, sí, con un tiburón de cuatro cabezas, pero a mitad del metraje, y en un sorprendente giro de guión, al monstruo le crece inesperadamente una quinta cabeza... ¡en la cola!

Ya lanzados, un año después los productores no dudaron en estrenar la siguiente: ¡El ataque del tiburón de seis cabezas! Con el habitual reparto de semidesconocidos actores, la película cuenta cómo un campamento de terapia matrimonial regentado por un gurú del amor en una paradisíaca isla remota recibe el ataque del espeluznante escualo. Que además ha desarrollado la sorprendente habilidad de caminar sobre la tierra usando sus cabezas como si fueran pies.

Y como no hay seis sin siete, ya podemos ver en YouTube el adelanto de la próxima entrega, que no podía ser otra que ... ¡El ataque del tiburón de siete cabezas! (anunciada para el 2029, pero suponemos que llegará antes a nuestras pequeñas y ansiosas pantallas).

La grandeza de esta saga es que promete continuar hasta el infinito. Y no de cualquier manera, sino de una totalmente predecible: a una cabeza más por vez, en una terrorífica e implacable progresión aritmética: ocho cabezas, nueve cabezas, diez cabezas... ¡el cielo es el límite!

Hay un conocido y antipático lema: "menos es más", con el que se pretende destacar las bondades del minimalismo y de la contención. Pero en el caso que nos ocupa, no nos imaginamos qué inquietud puede producir una película protagonizada por un tiburón sin ninguna cabeza. No, definitivamente, en esta nuestra saga favorita, "más es más". Cuantas más cabezas tenga el monstruo, más letal y terrorífico será. Porque, como bien sabemos, las matemáticas nunca mienten.

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Carlitos Tres Bolas, la personificación de la Obra de Arte Total

Carlitos Tres Bolas, la personificación de la Obra de Arte Total

"Gesamtkunstwerk", Obra de Arte Total, es una expresión que los alemanes inventaron para describir a nuestro personaje de hoy. O tal vez no. Pero, en todo caso, la expresión le viene como anillo al dedo a Three Ball Charlie, el artista injustamente olvidado que vamos a homenajear en esta breve pero insustancial reseña.

Carlitos Tres Bolas nació en Humboldt, Nebraska. Y poco más sabemos de él: ni siquiera su nombre real. Solo conocemos el nombre de guerra que adoptó para presentarse en los escenarios, y con el que triunfó a todo lo largo y ancho de los Estados Unidos allá por los años treinta: Three Ball Charlie.

Tampoco tenemos el dato de la fecha de su nacimiento, ni de la de su muerte.

Sí sabemos, en cambio, cuales eran sus inconmensurables talentos: muy pronto descubrió que su boca era extraordinariamente grande y elástica. Ensayó al principio algunas destrezas con su recién descubierta habilidad, como meterse en la boca un plato de postre o su propio puño entero, con la intención de poder llegar a ganarse la vida en espectáculos de feria. Corrían los años treinta, y eran habituales los llamados sideshows (espectáculos secundarios, que abundaban en las ferias de los pueblos y ciudades de provincia). Poco a poco fue puliendo su número, hasta que dio con la clave, aquella que le daría su nombre artístico y su lugar en la posteridad: Charlie se podía introducir tres bolas en la boca, alineadas a lo ancho, usualmente una pelota de tenis, otra de golf y una bola de billar. Así pertrechado conseguía silbar el The Star-Spangled Banner, el himno nacional de los Estados Unidos, ante el asombro y el entusiasmo de un público entregado.

Sí, puede que el inigualable vibrato de una María Callas o las octavas que alcanzaba Enrico Caruso no tengan parangón en el mundo del espectáculo, pero no habría que desdeñar el épico logro de Carlitos Tres Bolas y su sorprendente número de variedades. Sin embargo, él nunca tuvo la oportunidad de presentar sus habilidades en la Ópera de Viena, y debió limitarse a patear los polvorientos tablados de los pueblos del medio oeste americano. Se dice que un empresario inglés, impresionado por su talento, se ofreció a organizarle una gira por el Reino Unido, pero por motivos que se desconocen la tournée nunca llegó a materializarse. Poco a poco, su rastro se fue perdiendo en la nada. El tiempo, siempre ingrato, barrió su recuerdo... hasta que, varias décadas después, la imagen de Three Ball Charlie resurgió milagrosamente y se hizo universal.

En mayo de este 2022 se cumplirán cincuenta años de la publicación de Exile on Main St., el mítico disco doble de los Rolling Stones. La carátula de aquel álbum marcó estilo: muestra un collage en blanco y negro de viejas postales de artistas de variedades. Entre ellas destaca, arriba a la izquierda, justo al lado del título, un sujeto con tres pelotas en la boca: es nuestro Carlitos Tres Bolas.

Hagamos una pequeña elipsis para contar la historia de esta célebre carátula. a principios de 1972, el diseñador gráfico John Van Hamersveld fue llamado a Los Angeles, donde los Stones daban los toques finales de su nuevo disco. Llevaba algunas propuestas de diseño de carátula, pero no convencieron a la banda. A cambio, le mostraron una foto: era un collage de imágenes de artistas de circo, de fenómenos de feria y de sideshows, que colgaba de la pared de un salón de tatuajes y formaba parte de un reportaje del ilustre fotógrafo Robert Frank, un reportaje que retrataba la vida de los americanos más allá del glamour de las grandes ciudades.

La foto en cuestión se titulaba "Salón de Tatuaje, Octava avenida", y mostraba un collage formado por postales de presentación que aquellos artistas de variedades vendían para recaudar dinero y promocionarse. De la mayoría de ellos no se conoce hoy el nombre, aunque algunos han podido ser identificados: allí están, entre otros, Frank Lentini, el hombre de las tres piernas; Suzi, la chica con piel de elefante; Joe Allen, el sacacorchos humano; Ruth Davies, la bella mujer pingüino; o Zibby Zibelman, el nadador sin piernas. Y, por supuesto, nuestro Carlitos Tres Bolas, el único e inimitable. 

La imagen del collage gustó a Van Hamersveld, que la utilizó tal cual para la parte delantera de la carátula del álbum. Para la trasera, hizo un collage similar pero con fotos en blanco y negro de una sesión que el propio Robert Frank les había hecho a los músicos paseando por la Main Street de Los Angeles, una destartalada y decadente avenida del centro de la ciudad. De esta manera se establecía un paralelismo entre los Rolling Stones y los marginados artistas de sideshows, entre los Rolling Stones y Carlitos Tres Bolas.

Van Hamersveld supo también identificar la imagen de nuestro artista como la más llamativa del grupo, y la utilizó, aislada del resto, en infinidad de reproducciones: camisetas promocionales, vallas, carteles de la gira y toda clase de merchandising para el disco de los Stones.

La última foto que conocemos de Three Ball Charlie es un retrato de grupo de una ignota troupe de artistas de sideshows. Allí, sentado al lado de la Mujer Gorda, está nuestro hombre. Se lo ve con una "pata de palo": al parecer para entonces había perdido una pierna, nunca sabremos en qué circunstancias. En la foto, Three Ball Charlie no sonríe. Aunque quisiera, no hubiese podido: tiene sus inseparables tres bolas alineadas en la boca.

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Trifulca Divina: Los tres Cristos de Ypsilanti

Trifulca Divina: Los tres Cristos de Ypsilanti

Vinieron para salvarnos y para redimir nuestros pecados. Los tres.

Hablamos del caso de los tres Cristos que, el 1 de julio de 1959, coincidieron en Ypsilanti, una pequeña localidad de Michigan, en el norte de los Estados Unidos. Aquel memorable y áspero encuentro tuvo lugar bajo los auspicios de un doctor en psicología social: Milton Rokeach. 

Rokeach estudiaba por entonces los conflictos de identidad, y decidió hacer un novedoso experimento: enfrentar a dos personas que decían ser la misma persona. Enfrentarse a un Otro Yo, decía Rokeach, sería una experiencia tan peturbadora que podría hacer tambalear los cimientos de la propia identidad, y hacer saltar por los aires la idea misma del Ego. 

Tan tenebrosa investigación tuvo lugar en el pabellón número D-23 del Hospital Mental Estatal de Ypsilanti. Y allí Rokeach no se encontró con dos, sino con tres individuos que decían ser la misma persona: Dios.

Bajo los auspicios del doctor, tres hombres, Joseph, Clyde y Leon, que hasta el momento nunca se habían visto (dos de ellos estaban ingresados en pabellones distintos, y el tercero fue trasladado de otro hospital cercano), se sentaron frente a frente en aquel frío pabellón 23, para una histórica sesión de grupo presidida por Rokeach.

El primero en tomar la palabra fue Joseph, que se presentó como Dios, Cristo y el Espíritu Santo. También se consideraba inglés porque decía haber resucitado allí, aunque milagrosamente no había nacido y nunca había puesto un pie en Inglaterra.

Luego lo hizo Clyde, quien dijo ser Dios cinco y Jesús seis (según si estaba en el Viejo o en el Nuevo Testamento), y afirmó ser a su vez el creador de toda una serie de Jesucristos: hasta cuarenta de ellos. Al menos eso pareció entenderse, porque Clyde hablaba en un farfulleo divino difícil de descifrar.

El último en presentarse fue Leon, que afirmó llamarse en realidad Domino Dominorum et Rex Rexarum, Simplis Christianus Pueris Mentalis Doktor, aunque dijo que podían llamarlo simplemente Rex.

Hechas las presentaciones formales, a continuación los tres Cristos se enzarzaron en una discusión cada vez más acalorada sobre quién era el verdadero Dios, discusión que pasó de los gritos hasta llegar incluso a las manos en algún momento:

-¡¡Yo creé el mundo!! 

-¡¡no, yo!!

Y así, durante varias sesiones. El doctor Rokeach dispuso que los tres hombres convivieran las veinticuatro horas del día, como si de un programa de telerrealidad se tratara: aparte de las sesiones de grupo en el pabellón 23, los tres Cristos comían en la misma mesa, dormían en camas contiguas, compartían las horas de paseo por los jardines del hospicio, y peleaban incansablemente. Así durante meses. El resultado no pudo ser más desalentador para Rokeach: ninguno de los tres Cristos dudó en ningún momento de su condición de Mesías y único Dios verdadero.

Joseph llegó a la conclusión de que los otros dos estaban, sin duda, locos de atar. Clyde manifestó su certeza de que sus compañeros estaban en realidad muertos, y eran manejados desde dentro por pequeños robots. Leon simplemente se limitó a ignorar a aquellos dos farsantes.

El doctor Rokeach se empezaba a desesperar, y poco tardó en utilizar métodos éticamente discutibles con sus tres Cristos. Un ejemplo: Leon, el más joven de los tres, había afirmado estar casado con una mujer Yeti, una muchacha de dos metros de alto perteneciente a aquella esquiva especie. Pues bien, Rokeach falsificó cartas que supuestamente enviaba la mujer Yeti a Leon, en donde le pedía que cambiara sus creencias y renunciara a sus convicciones. Incluso llegó a meter junto con las cartas billetes de cinco dólares (Rokeach sabía que Leon rechazaba enfáticamente todo contacto o relación con el dinero). El Tentador realizó durante meses su insidiosa tarea, que no puede calificarse más que de tortura mental.

Sin resultado ninguno, por otra parte. El doctor Rokeach publicó, algunos años después, un libro titulado "Los tres Cristos de Ypsilanti" en donde reconoce que, después de seis extenuantes meses, tuvo que dar por terminado el experimento, sin llegar a conclusión alguna. En el prólogo hizo, al menos, un acto de contrición por aquellos métodos non sanctos que utilizó (los engaños, las cartas falsas, los diferentes métodos de manipulación mental), tan ajenos al verdadero método científico, y hasta al más elemental sentido de humanidad. Aquel libro acabó en película (Tres Jesucristos, 2017), con Richard Gere en el papel del doctor.

Lo que nunca, ni por un momento, tuvo en cuenta el "experimento" de Ypsilanti, increíblemente, es que los tres Cristos fueran de verdad lo que decían ser. Allí siguieron, alojados en aquel loquero, sin que nadie les creyera una palabra. 

Lo que inevitablemente nos lleva a plantearnos la pregunta: ¿De donde nos viene esa manía de reservar la crucifixión o el electroshock a cualquiera que asegure ser el Creador del universo y de todas las cosas, y que, después de todo, solo viene a salvarnos?

Solo podemos extraer una melancólica conclusión: a nosotros, en general, es que ya no nos salva ni Dios.


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El spoiler del verano: Space-Thing, una odisea del espacio con amor y latigazos

El spoiler del verano: Space-Thing, una odisea del espacio con amor y latigazos

Llega la temporada estival y con ella inevitablemente se relaja todo nuestro autocontrol: es el momento ideal para comentar una película y destripar el final sin sentir ninguna culpa. La víctima del mes será Space-thing (la cosa espacial), una película de ciencia ficción y destape de 1968 que probablemente nadie tenga intención de ver nunca, y desde luego no se lo vamos a reprochar.

El filme, dirigido (es un decir) por Byron Mabe, con guión de un tal "Cosmo Politan" e interpretado por una serie de ilustres desconocidos, ocupa por méritos propios un lugar de honor entre las Obras Maestras Involuntarias del séptimo arte, que tanto gustan a los lectores de este blog que no lee nadie.

Una originalidad que hay que reconocerle a esta película es que coloca al principio el golpe de efecto que suele colocarse al final: que todo forma parte de un sueño del protagonista. Efectivamente, en el comienzo del filme vemos a un señor llamado James Granilla quedarse dormido mientras lee una revista de ciencia ficción. Inmediatamente pasamos a las imágenes de una nave espacial (una maqueta de la Enterprise de Star Trek puesta del revés. El nulo presupuesto se solventa a base de ingenio). Allí viaja nuestro héroe (es un decir), el mismo que se había quedado dormido una secuencia antes. James es ahora un espía alienígena con apariencia humana que proviene de un mundo llamado Planetaria, y tiene una misión: infiltrarse en la nave espacial terrestre comandada por Capitana Madre y su tripulación de muchachas ligeras de ropa. Así son las cosas en el año 2069.

La Capitana Madre, una lesbiana pechugona y sádica (Cara Peters), que dirige con mano de hierro una nave decorada como las habitaciones de un burdel de los años sesenta, no ve con buenos ojos al inesperado visitante. El coronel James Granilla (Steve Vincent), con aires de repeinado galán embutido en mallas de brillos dorados, tiene alborotadas a las chicas de la nave, unas vistosas ninfómanas provenientes de Kansas. Las muchachas, que venían frustradas con los dos únicos varones de la tripulación, pobres especímenes que no alcanzan a colmar sus necesidades, se lanzan en tromba a los brazos del apuesto Granilla y le arrancan las mallas doradas a la primera oportunidad. 

En realidad el coronel Granilla no siente especial atractivo por las hembras humanas, pero, científico al fin, busca aprenderlo todo sobre las "costumbres íntimas" de los seres de la Tierra. En consecuencia, y a pesar de su visceral rechazo, se pasa el tiempo "investigando" con las chicas una y otra vez.

Para disgusto de la Capitana Madre, claro, que no duda en empuñar su látigo para azotar a las disolutas e intentar poner un poco de orden en la nave. No ya es que no duda, sino que claramente disfruta con las azotaínas.

Pero nuestro héroe (es un decir) no olvida que su verdadera misión es evitar que la nave terrestre y su sobreexcitada tripulación lleguen a descubrir su mundo, Planetaria. 

Y aquí vamos al spoiler: mediante un hábil sabotaje James consigue que la nave tenga que hacer un aterrizaje forzoso en un asteroide desconocido (en realidad un terreno rocoso a las afueras de Palmdale, California). Y allí, mientras toda la tripulación corretea desnuda y se relaja tomando el sol, el coronel Granilla tendrá la oportunidad de colocar en el corazón de la nave... ¡¡una mini-bomba atómica!! (que, curiosamente, se enciende con una cerilla).

En la apoteósica escena final, la nave vuela en pedazos, en la que sin duda será recordada como la escena espectacular menos espectacular de la historia del cine. 

Resultado final: Planetaria uno, Tierra cero.


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He visto llegar cartas desde más allá de Orión... El buzón de correos del Área 51

He visto llegar cartas desde más allá de Orión... El buzón de correos del Área 51

A varias millas de ninguna parte, en algún lugar del desierto de Nevada, hay un solitario buzón de correos. No hay mucha gente que lo sepa, pero ese buzón es el más importante de la historia de la humanidad.

Este misterioso receptáculo, conocido como "el buzón negro", está a medio camino entre las poblaciones de Álamo y Rachel, en el reseco, despoblado y polvoriento territorio del estado de Nevada, cerca de una solitaria carretera que los lugareños conocen como "la carretera extraterrestre".

¿A quién pertenece ese buzón? En un lado de la caja hay escrito un anodino nombre, "Steve Medlin", el nombre del supuesto propietario. Y de hecho, el tal Steve Medlin existe realmente: es un ganadero de un rancho de las inmediaciones. Sin embargo en la zona hay otro vecino más inquietante: la célebre instalación gubernamental conocida como el Área 51, el punto de contacto OVNI más relevante del mundo.

Pero no vamos a hablar aquí del Área 51 y las maravillas que encierra, sino de aquel buzón que se encuentra en las inmediaciones: el punto de enlace en donde terrícolas y extra-terrícolas se intercambian mensajitos. ¡¡Porque eso y no otra cosa es aquel buzón negro de correos!! 

El primero en mencionar el asunto del buzón fue un ex empleado del Área 51 llamado Bob Lazar. Lazar reveló en una entrevista en Las Vegas en 1989 que había estado trabajando en el análisis del sistema de propulsión de los nueve platillos volantes que se mantienen ocultos en la instalación militar; pero lo más sorprendente fue su afirmación de que los extraterrestres mantenían una fluida correspondencia con los militares que dirigían el Área 51 a través de un pequeño buzón de correos situado cerca de la carretera que atraviesa la zona.

Lo primero que sorprende es que civilizaciones tan extremadamente avanzadas del espacio exterior utilicen un sistema de comunicación tan pedestre como el de la correspondencia postal. Lo segundo es comprobar que los alienígenas poseen una lengua similar a la nuestra, lo que les permite pegar los sellos en los sobres correspondientes.

El caso es que las revolucionarias confidencias de Lazar situaron en el mapa y dieron a conocer al mundo al hasta entonces desapercibido buzón de correos.

El artilugio en cuestión consiste en la clásica caja metálica con una tapa abatible que se sostiene sobre un poste de madera, dándole el aspecto de un vulgar buzón de correos americano. Está pintado de negro, de ahí el nombre con el que se lo conocerá para la posteridad. En las últimas tres décadas miles de cazadores de OVNIs peregrinaron hasta el lugar para escudriñar en su interior, en busca de la siempre esquiva correspondencia alienígena.

El ranchero Steve Medlin, el supuesto propietario del buzón –eso dice él– lo ha intentado todo para evitar los asaltos de los merodeadores: cerró el buzón con un candado, pero los ufólogos aficionados disparaban contra la cajita para intentar acceder a su interior. Luego Medlin –o quien sea– lo reemplazó por una caja metálica a prueba de balas. Pero entonces el buzón entero fue robado. Más tarde fue reemplazado por otro buzón de color blanco, una burda maniobra para despistar a los que buscaban el negro. Pero los sagaces investigadores de lo oculto no se dejaron engañar. Entonces se agregó, junto a la caja con el nombre de "Steve Medlin", otro cajetín más pequeño con la inscripción "Aliens", para que los curiosos se limitaran a urgar allí. Y ya finalmente el buzón, cada vez más vandalizado, fue abandonado a su suerte. 

Los últimos en reponer el ya clásico cajetín negro en su sitio fueron los propietarios de un restaurante de carretera cercano, el Little A’Le’Inn, un establecimiento que, además de su célebre y exquisita Alien Burger, ofrece también a la venta todo tipo de souvenirs relacionados con los extraterrestres.

El buzón negro es hoy un enclave de peregrinación del turismo ufológico. Los visitantes (terrestres) buscan la foto para instagram, y dejan todo tipo de ofrendas en el interior del receptáculo, con la esperanza de que los alienígenas las encuentren al pasarse a recoger la correspondencia. Galletas, caramelos, juguetes, pegatinas, notitas y muchos billetes de un dolar, la mayoría falsos.

Pero a estas alturas es poco probable que los seres del espacio exterior sigan utilizando este sistema para comunicarse con la Tierra. Lo más probable es que se hayan pasado a Telegram.

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