Obras Maestras Involuntarias del cine
Toda lista es incompleta y todo ranking es injusto. Y en el cine, quizás la mayor injusticia es la cometida contra Edward D. Wood jr. por su Plan 9 from Outer Space (1959), que encabeza la lista de la peor película de todos los tiempos. Cualquier lector de este humilde blog coincidirá conmigo en que Titanic, La vida es bella o El Paciente Inglés son, con diferencia, mucho peores. No todo el mundo entiende que estamos ante una Obra Maestra Involuntaria del cine, una de esas escasas muestras de genialidad colateral de las que nos ocuparemos hoy.
Eso si, que nadie espere un listado de títulos con los que echarse unas risas a costa de su infra-calidad cinematográfica: antes bien, declaramos sin ánimo de ironía que las películas que reseñaremos nos parecen genuinamente maravillosas. Y nos lo parecen porque en ellas se produce la confluencia fortuita de una serie de condiciones harto difícil de reunir en un mismo producto, a saber: un argumento a prueba de lógica, una dirección distraída, un montaje epiléptico, una producción miserable y unas interpretaciones embarazosas. Si todo ello se junta, el resultado puede ser (y solo a veces) espléndido.
Ya hemos hablado en un post anterior, de la estupenda Voyage to the Planet of Prehistoric Women (Peter Bogdanovich, 1968). En ella encontramos una característica central en todas las Obras Maestras Involuntarias del Cine: la reutilización, cuando no el saqueo, de imágenes de archivo o directamente de otras películas. El resultado de estos insertos, obligados por la escasez de medios, puede llegar a ser sorprendente y de una imprevista originalidad. Así por ejemplo, en la magnífica Frankenstein meets the Space Monster (Robert Gaffney, 1965), que narra una invasión alienígena a la Tierra, encontramos una feliz paradoja: la superevolucionada raza invasora, poseedora de una tecnología superior, está compuesta por un ejército de cinco (5) miembros, vestidos como en una pesadilla de Paco Rabanne y armados con sendas pistolitas de plástico blanco. En el bando de los atrasados terrícolas, por contra, hay un despliegue de aterradores misiles, bombarderos, acorazados y tanques, mas cientos de bien pertrechados marines. Por supuesto, se trata de imágenes de archivo. La película comienza en la Nasa, en donde se prepara el lanzamiento de un astronauta-androide llamado Frank. Una explosión en la cápsula acaba transformando a Frank en Frank...enstein. Mientras tanto, una nave extraterrestre llega con la misión de secuestrar mujeres humanas para reactivar su raza amenazada con la extinción. El combate final se decidirá entre nuestro Frankenstein y el arma secreta de los marcianos: un monstruo peludo con cara de grillo. El ejército, claro, no llega a tiempo sencillamente porque está en otra película.
Aunque quizás la cinta que logró sacar mejor partido a las escenas robadas a otros filmes ha sido Horror of the Blood Monsters (Al Adamson, 1970), que trata de una misión espacial terrestre que llega a un planeta hostil y prehistórico. Como las abundantes secuencias anexadas pertenecían a varias películas de diferentes épocas (algunas en color, otras en blanco y negro), al director se le ocurrió, para igualarlas, virar todo el metraje a un solo color, que va rotando cada cierto tiempo: primero todo es azul, luego verde, luego naranja, después rojo... El guión, por lo tanto, hubo de adaptarse: la atmósfera del extraño planeta provoca esos cambios de color, y cuando llega el turno del rojo, los prehistóricos habitantes de este mundo se transforman en vampiros. En vampiros cavernícolas. Aquí nos encontramos con otra tendencia de las Obras Maestras Involuntarias del cine:La mezcla sin complejos. Vampiros, cavernícolas, extraterrestres, robots, zombies, se fusionarán en una sola historia caleidoscópica y mutante. Y a veces, hasta en un solo personaje: un estraterrestre-cavernícola-vampiro, por ejemplo.
Así, en su fantástica Plan 9 from Outer Space, Ed Wood hacía que sus singulares extraterrestres vinieran con un plan (el “plan 9” del título) para la conquista de la Tierra, cuanto menos llamativo: resucitar a los muertos de los cementerios para que, transformados en zombies, arrasaran a la humanidad bajo sus órdenes. Fiel a la economía de medios propia de las Obras Maestras Involuntarias del cine, el ejército de zombies se componía de tres (3) individuos (el doble de Bela Lugosi, Tor Johnson y Vampira). Una fuerza de ataque tan magra como la de los invasores de Frankenstein meets the Space Monster.
Pero en este punto el filme que se lleva la palma es Robot-Monster (Phil Tucker, 1953), otra invasión a nuestro planeta por parte de una avanzadísima civilización alienígena compuesta por un (1) solo representante, el llamativo Ro-Man, interpretado por un actor embutido en un traje de gorila y con una escafandra de buzo en la cabeza. Su arma de destrucción masiva: una caja que emite pompas de jabón.
También mezcla géneros sin complejos la imprescindible The Astro-zombies (Ted Mikels, 1968), en la que un científico de la agencia espacial americana decide fabricar zombies indestructibles a partir de cadáveres, alimentados por energía solar y manejados por control remoto, para que ejerzan de astronautas en un proyecto espacial. Volvemos a encontrar la feliz idea del astronauta-frankenstein. A esto le agregamos un comando de los servicios secretos de una potencia extranjera capitaneados por la neumática bailarina karateca Tura Satana, que pugna por hacerse con la fórmula para construir astro-zombies, mas algunos números de strip-tease con banda sonora psicodélica, y el interés está garantizado. Como en todas las otras películas de su categoría, hay un montón de subtramas absurdas que nunca se cierran, largas secuencias en las que no sucede nada y que parecen filmadas en tiempo real, y personajes que desaparecen a mitad de la trama sin razón aparente.
Las Obras Maestras Involuntarias del cine han estado casi siempre en manos de directores heterodoxos: ya es bien conocida la vida y rarezas de Ed Wood, pero también es de remarcar la azarosa carrera de hombres como Ted Mikels, que vivía en un castillo en compañía de docenas de bellas mujeres, o Al Adamson, cuya extraña muerte, emparedado en el suelo de su propio jacuzzi, está aún sin resolver.
Gracias a internet, hoy podemos recuperar muchas de estas Obras Maestras Involuntarias del cine. Sólo hay que escarbar un poco...