Fantasmas, kabuki y cintas de video
Ahora que la más grande banda de kabuki-rock de todos los tiempos pasea sus venerables papadas por Europa presentando nuevo disco, es imprescindible que rescatemos esa joya del séptimo arte que protagonizaron nuestros héroes allá por 1978.
Hablamos, por supuesto, de los “fab four”: Paul, Gene, y los otros dos. Es decir: KISS.
La película: KISS meets the Phantom of the Park, obra maestra del cine sonoro estrenada directamente en la tele, dirigida por el alemán Gordon Hessler a la mayor gloria de la banda, y que marcó un antes y un después. Al menos, para su director, que después de esto no consiguió remontar su carrera.
El título ha sido traducido al castellano indistintamente como “KISS y el ataque de los fantasmas” o como “...contra el fantasma del parque”, señal de que no queda muy claro a qué se refiere con lo de los fantasmas, porque en la película lo que hay son robots, y también un maligno genio del mal, el inquietante Abner Deveraux (Anthony Zerbe), un virtuoso de la ingeniería que construyó el parque de atracciones que da título a la película, y que opera desde un sofisticado laboratorio subterráneo construido bajo el propio parque. Si amigos, Abner Deveraux está resentido porque no consigue más fondos para sus extravagantes investigaciones (a la manera de un moderno Doctor Moreau, construye autómatas para las atracciones del parque) y aprovecha un concierto de los KISS en las inmediaciones de la montaña rusa para planear su venganza contra el mundo.
La película nos presenta al que quizás sea el científico loco más inofensivo de la historia del cine, con el Plan para Dominar el Mundo más peregrino que pueda imaginarse (y por eso mismo, el más inquietante: porque dominar el mundo tirando bombas atómicas está al alcance de cualquiera). Abner Deveraux planea construir dobles-robotizados de los mismísimos KISS, para que, en reemplazo de los originales, den un concierto en donde las letras de las canciones, modificadas con mala intención, lancen a los jóvenes espectadores como auténticos zombies posesos a una orgía de destrucción. A mí como plan me parece muy ingenioso y hasta sublime. Otra cosa es que funcione.
Es cierto que la película, después de la potente introducción musical con los KISS en croma sobrevolando el parque, cae un poco en el tedio en los primeros minutos, digamos en los primeros sesenta minutos. Pero luego remonta el interés en cuanto empieza la acción. Concretamente, cuando los KISS se enfrentan a un grupo de monos albinos robot. Antes de eso, sin embargo, cabe reseñar una escena curiosa: la policía acude a casa de KISS (los KISS viven juntos, en un chalet, compartiendo piso como los cuatro solterones que son) y allí los vemos, sentados al borde de la piscina, en unas sillas altas de socorrista, pero sin bañarse. Porque como dice sabiamente uno de los policías: “los rockeros no se bañan”. Ni se sacan las botas de plataforma, debemos agregar. En la casa también nos enteramos del origen de los poderes de KISS: unos talismanes, provenientes de alguna innominada antigua cultura del espacio exterior, suponemos (en la película no nos lo aclaran), sin los cuales el Demonio no podría echar fuego por la boca, el Chico de la Estrella no lanzaría rayos por los ojos, el Hombre del Espacio no volaría y el Hombre Gato no sobreviviría a la cirrosis (hay que decir que al baterista hubo que doblarlo porque debido a su borrachera permanente no se le entendían los diálogos).
Y así llegamos al momento culminante de la película: el archimalvado Abner Deveraux secuestra a los KISS, y en su lugar envía a sus dobles robots al concierto. Estos tocan de manera convincente pero en el estribillo cantan “¡¡romper y destruir, romper y destruir!!”, y la masa de jóvenes fans comienza a verse afectada por el sutil condicionamiento subliminal del intrigante científico. Pero entonces los auténticos KISS escapan y se enfrentan a sus simulacros. Una vez descabezados, recuperan el control del concierto y restablecen el auténtico mensaje del rock. Es la apoteosis, amigos.
Y para terminar, nos encontramos con uno de los finales más extraños que nos haya dado el cine desde el 2001 de Kubrick: cuando la policía entra en el laboratorio subterráneo de Abner Deveraux, se lo encuentran sentado frente a los mandos de su moderna consola de controles giratoria, virtualmente momificado: al ver sus planes malogrados, del disgusto el pobre Deveraux envejeció de golpe literalmente unos doscientos años. El estrés y una dieta pobre en antioxidantes pudo con él. Como dice uno de los perplejos policías, “creó a KISS para destruir a KISS, pero perdió”.