Vindicación del Cholet, o el despropósito como una de las Bellas Artes

A más de cuatro mil metros de altura, y comunicada con la capital de Bolivia por modernos teleféricos, se levanta una metrópolis de edificios lisérgicos que parecen salidos de un mal sueño de Tim Burton.
Hablamos de la localidad boliviana de El Alto. Allí se levantan estas fantásticas edificaciones de varias plantas —de las que se calcula que hay más de seiscientas— que se conocen como "cholets". Los cholets se caracterizan por sus fachadas que mezclan los diseños geométricos de los tradicionales textiles aymaras con la más desquiciada fantasía tecnológica: un increíble encuentro de la artesanía andina con la cultura pop, de la pachamama con la ciencia ficción.
Espectaculares fachadas rojas, verdes, fucsias y amarillas. Y brillo, mucho brillo. Fachadas asimétricas con ventanales oblicuos, como un tetris que no acaba de encajar. Fachadas que recrean a Optimus Prime, o a algún otro Transformer a punto de cambiar de configuración. Que reproducen a personajes de Marvel como Iron Man, a iconos Pop como el Titanic, o que homenajean a un astro del fútbol: ¿Simeone?, no, Lionel Messi.
Pero ¿quién es el responsable de esta fantasía incandescente? ¿quién es el Mago de esta Ciudad Esmeralda de los Andes bolivianos? Estamos hablando del que tal vez sea el mayor genio de la arquitectura de nuestro tiempo: Freddy Mamani.
En realidad, el boliviano Mamani es ingeniero civil. Y ya sabemos que arquitectos e ingenieros son como Caín y Abel, como Liam y Noel Gallagher, como... bueno, que no se soportan. De ahí que en el Olimpo de los Arquitectos ni se les ocurrirá nunca admitir al bueno de Freddy como uno de los suyos.
Porque sucede que una colorida ornamentación se convirtió en anatema desde que el austríaco Adolf Loos, pope de la arquitectura, lanzó su máxima "el ornamento es delito", que se acabó convirtiendo en el primer mandamiento, en la Tabla de la Ley de la arquitectura moderna. Desde entonces, disfrutamos de estos cubos blancos a los que por costumbre llamamos hogar.
Pero desde este modesto blog, siempre en contra de la sobriedad y la contención, nos atrevemos a lanzar un grito de guerra: "¡Menos Loos y más Mamani!".
El Alto es un municipio boliviano construido a ras del cielo, a más de cuatro mil metros de altura, más arriba que la capital, La Paz. Nació como un suburbio poblado por migrantes de las zonas rurales, en su gran mayoría "cholos" (mestizos). Su paisaje urbano era gris, con polvorientas calles y módicas casitas bajas del color de la tierra... hasta que al comenzar el siglo aparecieron los cholets (nombre que mezcla "chalet" y "cholos") y lo cambiaron todo.
Sucedió que hubo una emergente burguesía de origen aymara que amasó grandes fortunas en tiempo record, gracias al cultivo de la coca, al comercio, y también al contrabando. Estos nuevos potentados pronto quisieron tener casas a la medida de sus posibilidades de ostentación: habían nacido los cholets.
Y si los exteriores de los cholets son impresionantes, ya no digamos los alucinatorios interiores, capaces de hacer que Adolf Loos se esté revolviendo en su funcional sepulcro racionalista. Interiores caleidoscópicos con patrones abstractos que cubren toda la superficie, sobre todo en los grandes salones de la primera planta. Porque los cholets tienen su especial distribución, funcional a su manera: local comercial en la planta baja, un impresionante salón de fiestas encima, luego plantas de almacenaje, y rematándolo todo, el chalet propiamente dicho, la vivienda de los acaudalados dueños de casa.
Y en este punto debemos dar un salto a Las Vegas, la ciudad de fantasía en el desierto de Nevada. El escritor Tom Wolfe dijo alguna vez que Las Vegas era “la única escuela arquitectónica genuinamente 100% americana”, a base de gigantescas electrografías de coloridos neones: "Las Vegas es la única ciudad del mundo cuyo horizonte no está compuesto de edificios, como Nueva York, sino de letreros", dijo, "¡Pero qué letreros! Se elevan. Giran, oscilan, se elevan en formas ante las cuales el vocabulario existente de la historia del arte es impotente."
Pero en los últimos años Las Vegas ha sido tomada por las grandes corporaciones de la industria del entretenimiento como la Disney, la MGM o la Warner, y poco a poco ha ido perdiendo su identidad arquitectónica única.
Y entonces se produce el milagro: a principios de los 2000 la ciudad de El Alto, Bolivia, toma el relevo de la vanguardia edilicia en todo el continente americano, convirtiéndose así –y siempre según nuestro reconocidamente sesgado criterio– en Las Vegas del altiplano.
Al igual que Las Vegas, El Alto también se edificó,como quien dice, "de la noche a la mañana", en el medio de la nada: la ciudad tiene tan solo cuarenta años, y ya cuenta con más de dos millones de habitantes. Tiene un centro poblado por un gigantesco mercado callejero, en donde se puede comprar desde excelente ropa de marca de imitación, hasta fetos desecados de llama, indispensables para realizar embrujos. Porque El Alto es también un importante centro de hechicería y magia ritual. Sin contar que es además una meca del deporte boliviano por excelencia, la lucha libre de cholitas: mujeres aymaras vestidas con su indumentaria tradicional, que replican arriba de un ring los complicados movimientos luchísticos del wrestling americano. Solo en un sitio así podía florecer el genio singular de un Freddy Mamani.
Y para terminar, mencionaremos un detalle idiosincrático que le aporta más identidad cultural a esta revolucionaria arquitectura andina: cada cholet conserva siempre uno de los muros exteriores con los ladrillos a la vista. ¿Por qué? porque según la ley, una construcción empieza a pagar los impuestos correspondientes... una vez que está terminada.
Lo dicho: ¡Menos Loos y más Mamani!
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