El parque jurásico de Noé
Muchas son las dudas que siempre ha generado la historia bíblica de Noé y su Arca del Diluvio. ¿Cómo este anciano, con la sola ayuda de sus hijos, pudo construir esa prodigiosa estructura de madera? ¿Cómo se las arregló la heroica pareja de pingüinos para atravesar medio planeta, desde la Antártida hasta donde estaba el Arca? ¿Hizo bien Noé en sacar del agua a la pareja de peces para salvarla del agua? Pero la pregunta más inquietante, sin lugar a dudas, es: Si, según la Biblia, el mundo fue creado hace diez mil años, ¿cómo puede ser que los dinosaurios se extinguieran mucho antes, es decir, hace sesenta y cinco millones?
Los creacionistas tienen la respuesta: los dinosaurios, sin lugar a dudas, estaban vivitos y coleando en tiempos bíblicos. Ocurre que la datación de su supuesta antigüedad, como casi todo en este mundo, está mal hecha.
Lo que nos lleva a la siguiente cuestión: ¿por qué entonces el buen Noé no los subió a su Arca? Hasta ahora, la respuesta facilona a esta cuestión crucial había sido unánime: porque eran muy grandes y no cabían.
Hasta ahora. Porque en Williamstown, Kentucky, un hombre llamado Ken Ham, creacionista de profesión, se decidió a hacer la prueba empírica. Para ello, se lanzó a la tarea de construir un arca de madera a tamaño real, siguiendo escrupulosamente los planos (bueno, las medidas) que se mencionan en la Biblia. Y ya se vería si los dinosaurios cabrían o no.
El resultado fue impresionante. Tanto que debería reescribir la Historia entera.
Pero vayamos por partes: ¿quiénes son los creacionistas? ¿a qué dedican el tiempo libre? Los partidarios de la “ciencia de la Creación” surgieron en paralelo a las teorías de Darwin, negando la evolución y sosteniendo, con mayor sensatez, que el mundo y todo cuanto contiene se creó, literalmente, tal y como se explica en el Génesis, el primer libro de la Biblia. Pero los creacionistas, gente sensata, como dijimos, tampoco niegan la evidencia: hay esqueletos de dinosaurios, por lo tanto, los dinosaurios sí existieron. Solo que, sencillamente, no eran tan antiguos. Convivieron con nosotros, por lo menos, hasta el Diluvio universal. Y en este punto, llegamos a opiniones encontradas: hay quien dice que, justamente, el Diluvio fue la causa de su extinción. Otros afirman que sería incomprensible que Noé los hubiera vetado. Y a estos les responden que los dinosaurios, tan grandes ellos, sencillamente no cabían en el Arca.
Hasta que llegó Ken Ham, para deshacer el entuerto. Consiguió unos 100 millones de dólares de donaciones privadas, algo ya de por sí más milagroso que todos los milagros de la Biblia, y en solo seis años volvió a construir el Arca. Eso sí, no con sus propias manos, como lo hizo Noé, sino con los servicios de una empresa constructora. La mole de madera ostenta unos 155 metros de largo, 26 de ancho y 15 de altura, que coinciden exactamente con las medidas en codos (300 codos de largo, 50 de ancho y 20 de altura) que le dictó Dios a Noé, según el libro del Génesis.
Este colosal Titanic bíblico es la principal atracción de un recinto llamado Ark Encounter (el Arca del Encuentro), en Williamstown, Kentucky. Está en medio de un páramo, porque la intención de Ken Ham era demostrar que los animales cabían, y no si aquel trasto era capaz de flotar. En su interior hay tres cubiertas, con 100 modelos de animales, alojados en celdas adaptadas al tamaño de cada pareja. También hay ascensores, aunque esto quizá sea una licencia creativa, en aras de la comodidad de los visitantes (la Biblia no dice nada sobre ascensores).
Los animales, eso sí, no están vivos. Son muñecos de factura realista, todos ellos, incluyendo los dinosaurios. Porque hay que decir que, efectivamente, hay dinosaurios. El viejo dilema de si estas bestias entraron o no en el Arca, de si cabían o no cabían, quedó maravillosamente resuelto en el modelo a tamaño real del Arca construido por Ken Ham, de forma tan simple como revolucionaria: Noé, astutamente, debió de subir cachorros de dinosaurios. ¡Cachorros! que por lo tanto no serían más grandes que un pony o un venado adulto. De esta forma, debieron caber perfectamente en el Arca. Por otra parte, es fácil imaginar que un tiranosaurio con dientes de leche causaría muchos menos inconvenientes dentro de la nave que un ejemplar adulto. De manera que Noé lo tenía todo perfectamente calculado, lo mismo que Ken Ham.
El Arca del Encuentro también explica, en sus numerosos paneles informativos, la cantidad aproximada de especies que subieron al Arca original: entre un mínimo de 1.500 y un máximo de 7.000. Evidentemente, hay muchas más especies. Millones, de hecho. Pero en el Arca de Ken Ham lo explican así: Noé subió a la nave a la parejita más representativa de todo un extenso grupo. Por ejemplo, un par de perritos en representación de toda la serie de los cánidos, incluyendo lobos, coyotes, chacales, y los cientos de razas de perros domésticos existentes. Una vez pasado el diluvio, ese único par de chuchos se empezaría a reproducir a lo loco y se volvería a generar otra vez todo el amplio abanico de la gran familia canina, en un enloquecido proceso evolutivo en cámara rápida que superaría con mucho los sueños húmedos del mismísimo Darwin. Nada mal, para una gente que desconfía de la evolución.
¿Y los dinosaurios? Una vez descendidos del Arca, los dinosaurios evolucionaron a combustibles fósiles.
En resumen, que usted puede vivir una experiencia mística impagable en el Arca del Encuentro, o casi impagable: 50 dólares la entrada, mas otros 10 dólares por el aparcamiento (mas las consumiciones, en el restaurante anexo, que no están incluidas en el precio de la entrada).
El Arca de Kentucky logra así el milagro de contestar a todas las preguntas. O a casi todas, porque aún nos queda una sin respuesta: ¿Cómo consiguió sobrevivir el Arca -que era de madera- a la voracidad de la pareja de termitas?
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