No más madres. La revolución de las máquinas-útero
Ningún revolucionario en el siglo XX se atrevió a llegar tan lejos como Shulamith Firestone. La sociedad libre e igualitaria que esta mujer alcanzó a imaginar no tiene parangón, aunque luego el mundo decidiera no seguir el camino trazado por su visionaria propuesta: acabar con la tiranía de la reproducción biológica suprimiendo la fuente de toda opresión femenina: la maternidad.
Influenciada en igual medida por Marx y por Freud, Shulamith Firestone, canadiense de familia judía, emigró a Estados Unidos y allí consiguió publicar, con tan solo veinticinco años, un libro tan polémico como influyente: La Dialéctica del Sexo, editado en 1970. En él, Shulamith nos propone su modelo de sociedad igualitaria. Tan igualitaria, que las diferencias entre los sexos acabarán siendo completamente irrelevantes.
Para ello, Firestone imaginó una solución tan sorprendente como novedosa: automatizar la producción de niños a través de unos revolucionarios úteros artificiales destinados a liberar a las mujeres de su función natural reproductora. Porque según el lúcido análisis de Shulamith, "Fue la biología reproductiva de la mujer la razón de su opresión original e ininterrumpida después". En otras palabras, mientras la mujer tenga que seguir ocupándose de gestar bebés y parir con su propio cuerpo, siempre estará en desventaja. Por ello lanza su propuesta de los úteros mecánicos: máquinas de parir para acabar con la maldición femenina de dar a luz con esfuerzo y sufrimiento, externalizando la producción de bebés del cuerpo de la mujer. En definitiva, úteros mecánicos para una sociedad mejor. La liberación femenina, dice Shulamith, se logrará a través de la tecnología o no se logrará.
La maravillosa sociedad que nos propone Firestone puede parecer sacada de una novela de ciencia ficción. Y, en efecto, el caso es que en más de una ficción especulativa se describen similares procedimientos: desde el clásico Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, con sus personajes criados en placentas artificiales, hasta la archipopular película Matrix, de 1999, que muestra a toda la humanidad metida en una pavorosa serie de cápsulas-útero salidas de un mal sueño de Giger. Por alguna razón que se nos escapa, la idea de la gestación artificial parece estar en la base de todas las sociedades de pesadilla que el hombre ha sido capaz de imaginar. Si la ciencia ficción en general siempre ha mirado con desconfianza el avance de la tecnología, ese recelo parece aumentar hasta el delirio ante la idea de la gestación artificial. Autores como el ya mencionado Huxley, Philip K. Dick, Robert Heinlein, Oskar Panizza y un largo etcétera de célebres paranoicos imaginaron la gestación artificial como la causa detrás de todo mundo deshumanizado. Aunque hay alguna excepción: La escritora Joanna Russ en su novela El Hombre Hembra describe un mundo ideal, llamado Whileaway, existente en un lejano futuro y habitado solo por féminas (allí la guerra de los sexos se desarrolló de manera literal y como resultado todos los hombres fueron exterminados...) que se reproducen recurriendo a máquinas-útero. Pero la excepción tiene truco: Joanna Russ era una escritora feminista y fuertemente influenciada por las teorías de nuestra Shulamith Firestone.
Pero la revolución de Firestone no acaba ahí: además de liberar a las mujeres de la maldición del parto, también las quiere emancipar de la crianza. Shulamith propone acabar con la familia, esa odiosa institución, y también con la aún más odiosa educación escolar. De los niños pasarán a ocuparse unos “grupos de convivencia” formados por un elenco variable de unas diez personas. La liberación de la mujer traerá también aparejada la liberación sexual, puesto que el sexo perderá definitivamente su función de reproducción de la especie, y pasará a tener un sentido exclusivamente festivo. Las máquinas no solo se ocuparán de la gestación de los bebés, sino que poco a poco irán asumiendo todas las tareas pesadas, y hombres y mujeres (aunque esta distinción ya será irrelevante), podrán dedicarse exclusivamente al ocio creativo y a la actividad sexual desenfrenada. El mundo del socialismo cibernético y pansexual de la orgía igualitaria se pondrá entonces en marcha: todas las formas imaginables de sexualidad serán permitidas y consentidas en la nueva sociedad del desmadre (nunca mejor dicho).
Firestone propone además que a la liberación de la mujer deberá seguirle la liberación del niño, ese otro gran colectivo oprimido: Los niños pasarán a tener los mismos derechos que los adultos, incluyendo la plena independencia económica y la total libertad en el terreno sexual. Es más, no solo las relaciones sexuales entre niños serán aceptables, sino que incluso lo serán, por ejemplo, entre un niño y su madre “genética”, puesto que la intermediación de un útero mecánico habrá desactivado y vuelto obsoleto el viejo tabú del incesto. Si esto no es la revolución, que baje Marx y lo vea.
La sociedad perfecta, libre y feliz que propuso Shulamith Firestone no hizo gracia a todo el mundo, al parecer, y la pensadora y revolucionaria acabó siendo ingresada en una institución mental. Para cuando consiguió salir el mundo había casi olvidado sus teorías. Incluso el movimiento feminista, sobre el que tanta influencia llegó a tener, había vuelto a centrarse en reivindicaciones más convencionales, como la conveniencia o no de dejar de depilarse las axilas. Una auténtica pena, porque aunque tal vez Firestone se pasara un poco con lo de la abolición del incesto, creemos que el prodigioso mundo de máquinas gestantes que llegó a perfilar hubiera sido como mínimo digno de verse.
Shulamith Firestone murió en el año 2012. No tuvo hijos.
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2 comentarios
Wilbur Mercer -
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