¡¡Houston, Houston... parece que ya no estamos en Kansas!!
Cuatro astronautas en una misión espacial acaban descendiendo sobre la superficie de Marte después de un confuso accidente. Entre ellos va una mujer llamada Dorothy. Después de vagar perdidos en el desierto marciano, encuentran un camino de baldosas amarillas, que los llevará hasta la ciudad donde está el Mago de Marte.
Si, es lo que parece. Se han hecho muchas curiosas versiones sobre la historia de L. Frank Baum, El Mago de Oz, desde que Judy Garland la interpretara en la gran pantalla allá por 1939, pero probablemente esta que nos ocupa sea la más extraña de todas con diferencia. No sabemos que le pasaría por la cabeza a su autor, David Hewitt. pero sí probablemente lo que le pasaba por otros conductos, puesto que la película se escribió y rodó en los años sesenta, década en la que ciertas sustancias elevaron hasta el paroxismo el interés por historias que hablaban de un viaje mágico y misterioso, historias como las de Alicia en el País de las Maravillas o, por supuesto, El Mago de Oz.
Y aprovechando el reciente anuncio del estreno, en 2013, de la nueva versión de Oz, dirigida por Sam Raimi, una espectacular superproducción sobre el Mundo más allá del Arco Iris, no viene mal recordar aquella modesta pero sorprendente película de 1965, toda una Obra Maestra Involuntaria del cine.
La imprescindible El Mago de Marte no es una película pensada para un público infantil (y, viendo el resultado, no parece pensada para ningún tipo de público). Se inicia como una convencional película de ciencia ficción: una nave surca el espacio. Sus ocupantes son tres hombres y una mujer, llamada Dorothy. Su rumbo se ve alterado por una extraña fuerza que los lleva a un descenso de emergencia en el planeta rojo. Allí, los cuatro astronautas deambulan sin rumbo por la superficie marciana. Atraviesan sus canales, son atacados por unas serpientes muy parecidas a mangueras de goma pintadas de blanco, escapan a la erupción de un volcán y caminan por el interminable desierto de Marte, hasta que sus botellas de oxígeno empiezan a acabarse. En ese momento, los astronautas se topan con un camino que, evidentemente, no ha sido formado por la naturaleza, ya que está hecho de baldosas. Es un camino de baldosas amarillas...
La película, a pesar de un casi inexistente presupuesto, se esfuerza por ser visualmente atractiva, principalmente en su visión del paisaje marciano, un vasto desierto de arenas blancas bajo un cielo rojo. Su productor, guionista y director, David Hewitt, llegó a convencer a una empresa que se dedicaba a fabricar máquinas de venta automática en centros comerciales, para que ingrese en el negocio del cine, financiando el film. Hewitt les contó que lo ideal sería hacer una película de ciencia ficción, y los flamantes productores acabaron soltando 33.000 dólares para el emprendimiento. En qué momento o por qué razón la aventura espacial se fue convirtiendo en una versión libre (muy libre) de El Mago de Oz es un misterio.
Pero volvamos al camino de baldosas amarillas. Dorothy y sus amigos (hay que aclarar que, evidentemente, aquí Dorothy no es una niña, sino una mujer astronauta hecha y derecha) recorren el camino hasta llegar a una antigua ciudad marciana. Allí se encuentran con una especie de proyección de la cabeza del último sabio marciano, interpretado por el infaltable John Carradine. La cabeza les suelta un largo monólogo (¡unos diez minutos!) sobre cómo el otrora pujante mundo marciano, abusando de la ciencia, llegó a detener el flujo temporal, quedando atrapados en la ciudad en un instante fuera del Tiempo. Hay que decir que este mundo marciano, a diferencia del colorido y alegre Oz, es totalmente decrépito y deprimente. Eso sí, el “mago” de Marte, tanto como su equivalente en la tierra de más allá del arco iris, se nos presenta como una especie de Dios chapucero, incapaz de solucionar por si mismo los problemas en los que se encuentra sumido su mundo. Aquí también, por lo tanto, será necesario que los cuatro visitantes acaben resolviendo las cosas y vuelvan a poner en marcha el Tiempo (no era tan difícil: había que volver a hacer funcionar un gigantesco reloj de péndulo...).
Puesto que ya todo el mundo conoce el desenlace de la historia del Mago de Oz, no estropearemos nada diciendo que, una vez restauradas las coordenadas del Tiempo, Dorothy y sus acompañantes vuelven instantáneamente a despertarse en su nave espacial. Sólo han transcurrido un par de minutos...
Inexplicablemente, la película fue un fracaso total en su estreno en cines. El director, durante las dos décadas siguientes, retituló y volvió a montar varias veces la película, que se re-estrenó en el mercado del video bajo los sucesivos nombres de Masacre alienígena, Terror en el planeta rojo o Viaje hacia lo desconocido. Pero de todas las versiones de la historia del Mago (incluyendo aquel extraño musical blacksploitation con Diana Ross y Michael Jackson llamado The Wiz), esta es la que sin duda elegiríamos para llevarnos a una isla desierta. Total, allí no habrá manera de reproducirla...
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