El Dolar mormón y el Antibanco de Dios
“Más falso que un billete de tres dólares”, dice una sabia expresión popular americana. Bueno, no tan sabia, porque no siempre fue así: hubo un tiempo en que el billete de tres dólares existió realmente. Lo puso en circulación el profeta Joseph Smith, fundador del mormonismo, y para ello creó, por mandato divino, un Antibanco.
Algún descreído habrá que todavía piense que Dios y en dinero son conceptos que no pueden ir juntos. Que “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Nada más equivocado. No hay más que seguir el desarrollo de la actual crisis económica para ver que Dios siempre está de parte de la banca. Y con mucha más razón si del que hablamos es del Dios de los mormones, la religión americana por antonomasia. Pues, como dijo Warhol, “hacer dinero” es, con diferencia, la idea más americana que existe. Es lógico, pues, que eso mismo, “hacer dinero”, sea lo que el Dios americano haya ordenado a su profeta.
Joseph Smith fue un genio religioso que concibió enteramente su particular biblia dictándola con la cara metida en la copa de su sombrero. Llegó a tener treinta y cuatro esposas. Nos convenció de que los nativos americanos eran en realidad perversos judíos, emigrados desde Tierra Santa y reconvertidos en aztecas. Inició el éxodo de su pueblo hacia la nueva tierra prometida, Salt Lake City, la futura capital de Utah, el hoy todopoderoso estado mormón. Su iglesia lleva ahora a cabo la más extraña y ambiciosa operación religiosa jamás concebida por el hombre: bautizar en el mormonismo, con carácter retroactivo y uno por uno, a todos los muertos. Para lo cual han creado el mayor archivo genealógico del mundo, con más de mil millones de registros, custodiado en una fabulosa fortaleza excavada en el centro de una montaña de Utah (un lugar considerado el cuarto mejor protegido de todos los Estados Unidos, después del Pentágono, la Casa Blanca y Fort Knox). Una montaña con gigantescas puertas blindadas de metal dorado, y que recuerda poderosamente a la “fortaleza de la soledad” de Superman.
Pero volvamos al billete de tres dólares. Hacia 1837 la comunidad de Joseph Smith atravesaba dificultades económicas, y el profeta le pidió consejo a Dios, quien, en su infinita sabiduría, díjole: “Imprime dinero”. Un consejo inmejorable, que Smith declaró haber recibido "de forma audible", es decir, de viva voz, y no sólo como una revelación espiritual. Así que el líder mormón se decidió a fundar un banco allí mismo donde se encontraban, en Kirkland, Ohio. Hay que recordar que por ese entonces el estado no imprimía los dólares, sino que concedía licencias a entidades bancarias locales para que lo hicieran, previa acreditación de la debida solvencia. Ni que decir que no había mucha “solvencia” en las arcas del profeta, y la licencia fue rechazada cuando ya estaban hechas las placas para imprimir los billetes. Pero un mandato divino es un mandato divino. El profeta decidió, en un golpe de genio, agregar en las placas, en pequeño y delante de la palabra “Banco”, la preposición “anti”. De modo que los billetes ya no eran emitidos por un banco que no había sido autorizado, sino por un anti-banco que no necesitaba tal autorización. Así comenzaron a circular los espléndidos billetes de tres dólares del Antibanco de Kirkland. ¿Por qué billetes de tres y no de dos o de cuatro? Los caminos del Señor son inescrutables.
Pero las cosas no acabaron bien para este genio de la religión y las finanzas. El dólar mormón fue declarado sin respaldo y el Antibanco de Kirkland quebró por insolvente. Los billetes de dolar volvieron a la ortodoxia de las cifras pares. Los mormones, eso sí, acabaron demostrando una gran tolerancia hacia ellos, acumulando con el tiempo ingentes cantidades de billetes, sin importar su denominación u origen.
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