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Trifulca Divina: Los tres Cristos de Ypsilanti

Trifulca Divina: Los tres Cristos de Ypsilanti

Vinieron para salvarnos y para redimir nuestros pecados. Los tres.

Hablamos del caso de los tres Cristos que, el 1 de julio de 1959, coincidieron en Ypsilanti, una pequeña localidad de Michigan, en el norte de los Estados Unidos. Aquel memorable y áspero encuentro tuvo lugar bajo los auspicios de un doctor en psicología social: Milton Rokeach. 

Rokeach estudiaba por entonces los conflictos de identidad, y decidió hacer un novedoso experimento: enfrentar a dos personas que decían ser la misma persona. Enfrentarse a un Otro Yo, decía Rokeach, sería una experiencia tan peturbadora que podría hacer tambalear los cimientos de la propia identidad, y hacer saltar por los aires la idea misma del Ego. 

Tan tenebrosa investigación tuvo lugar en el pabellón número D-23 del Hospital Mental Estatal de Ypsilanti. Y allí Rokeach no se encontró con dos, sino con tres individuos que decían ser la misma persona: Dios.

Bajo los auspicios del doctor, tres hombres, Joseph, Clyde y Leon, que hasta el momento nunca se habían visto (dos de ellos estaban ingresados en pabellones distintos, y el tercero fue trasladado de otro hospital cercano), se sentaron frente a frente en aquel frío pabellón 23, para una histórica sesión de grupo presidida por Rokeach.

El primero en tomar la palabra fue Joseph, que se presentó como Dios, Cristo y el Espíritu Santo. También se consideraba inglés porque decía haber resucitado allí, aunque milagrosamente no había nacido y nunca había puesto un pie en Inglaterra.

Luego lo hizo Clyde, quien dijo ser Dios cinco y Jesús seis (según si estaba en el Viejo o en el Nuevo Testamento), y afirmó ser a su vez el creador de toda una serie de Jesucristos: hasta cuarenta de ellos. Al menos eso pareció entenderse, porque Clyde hablaba en un farfulleo divino difícil de descifrar.

El último en presentarse fue Leon, que afirmó llamarse en realidad Domino Dominorum et Rex Rexarum, Simplis Christianus Pueris Mentalis Doktor, aunque dijo que podían llamarlo simplemente Rex.

Hechas las presentaciones formales, a continuación los tres Cristos se enzarzaron en una discusión cada vez más acalorada sobre quién era el verdadero Dios, discusión que pasó de los gritos hasta llegar incluso a las manos en algún momento:

-¡¡Yo creé el mundo!! 

-¡¡no, yo!!

Y así, durante varias sesiones. El doctor Rokeach dispuso que los tres hombres convivieran las veinticuatro horas del día, como si de un programa de telerrealidad se tratara: aparte de las sesiones de grupo en el pabellón 23, los tres Cristos comían en la misma mesa, dormían en camas contiguas, compartían las horas de paseo por los jardines del hospicio, y peleaban incansablemente. Así durante meses. El resultado no pudo ser más desalentador para Rokeach: ninguno de los tres Cristos dudó en ningún momento de su condición de Mesías y único Dios verdadero.

Joseph llegó a la conclusión de que los otros dos estaban, sin duda, locos de atar. Clyde manifestó su certeza de que sus compañeros estaban en realidad muertos, y eran manejados desde dentro por pequeños robots. Leon simplemente se limitó a ignorar a aquellos dos farsantes.

El doctor Rokeach se empezaba a desesperar, y poco tardó en utilizar métodos éticamente discutibles con sus tres Cristos. Un ejemplo: Leon, el más joven de los tres, había afirmado estar casado con una mujer Yeti, una muchacha de dos metros de alto perteneciente a aquella esquiva especie. Pues bien, Rokeach falsificó cartas que supuestamente enviaba la mujer Yeti a Leon, en donde le pedía que cambiara sus creencias y renunciara a sus convicciones. Incluso llegó a meter junto con las cartas billetes de cinco dólares (Rokeach sabía que Leon rechazaba enfáticamente todo contacto o relación con el dinero). El Tentador realizó durante meses su insidiosa tarea, que no puede calificarse más que de tortura mental.

Sin resultado ninguno, por otra parte. El doctor Rokeach publicó, algunos años después, un libro titulado "Los tres Cristos de Ypsilanti" en donde reconoce que, después de seis extenuantes meses, tuvo que dar por terminado el experimento, sin llegar a conclusión alguna. En el prólogo hizo, al menos, un acto de contrición por aquellos métodos non sanctos que utilizó (los engaños, las cartas falsas, los diferentes métodos de manipulación mental), tan ajenos al verdadero método científico, y hasta al más elemental sentido de humanidad. Aquel libro acabó en película (Tres Jesucristos, 2017), con Richard Gere en el papel del doctor.

Lo que nunca, ni por un momento, tuvo en cuenta el "experimento" de Ypsilanti, increíblemente, es que los tres Cristos fueran de verdad lo que decían ser. Allí siguieron, alojados en aquel loquero, sin que nadie les creyera una palabra. 

Lo que inevitablemente nos lleva a plantearnos la pregunta: ¿De donde nos viene esa manía de reservar la crucifixión o el electroshock a cualquiera que asegure ser el Creador del universo y de todas las cosas, y que, después de todo, solo viene a salvarnos?

Solo podemos extraer una melancólica conclusión: a nosotros, en general, es que ya no nos salva ni Dios.


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