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Minorías étnicas sin voz ni voto: Los niños verdes

Minorías étnicas sin voz ni voto: Los niños verdes

Minorías étnicas sin voz ni voto: Los niños verdes

 

La crónica social registra en Woolpit, en el muy inglés condado de Suffolk, la aparición de los niños verdes. 

Esto sucedió en el siglo XII. Varios siglos después, el célebre escritor, crítico de arte y anarquista Herbert Read describirá el acontecimiento en su primer y única novela, La niña verde (1935), en la que, además del pormenorizado relato de los hechos, se anima a especular con el improbable mundo del que seguramente habrán salido tales criaturas.

El libro de Read es una obra de ficción, pero se basa en el acontecimiento que brevemente describiremos a continuación: la historia de los niños verdes.

Una mañana los sorprendidos vecinos de Woolpit se desayunaron con la aparición, en los campos anexos al pueblo, de un niño y una niña, aparentemente hermanos, de no más de cuatro o cinco años. Están visiblemente desorientados, hambrientos y fatigados. Evidentemente, se han perdido. Nadie sabe de donde proceden. Los niños hablan, pero nadie es capaz de entenderles. Sus ropas son coloridas y raras. Se diría que son extranjeros, dicen los vecinos. Además, son verdes.

Les ofrecen comida, pero la rehusan. Hasta que un vecino espabilado trae guisantes, y los niños verdes comen con apetito. En un intento de explicarse, señalan hacia el río, y señalan hacia abajo, como si hubieran venido de la tierra. Los más sensatos del lugar acaban concluyendo que los niños serán holandeses.

Una mujer del pueblo decide adoptarlos, pero a los pocos meses el varón muere. Pasan los años, y la niña verde madura (ji ji...). Aprende el idioma y las costumbres de su nuevo ambiente, aunque sin mostrar gran interés por lo que la rodea. El único rasgo peculiar, aparte del color de su piel, es una cierta inclinación lasciva. Bueno, más bien una libido desatada impropia de una señorita de su época, que llegó a escandalizar a sus vecinos. Al poco, la niña verde acabó contrayendo matrimonio con un granjero de piel rosa, que cambiaba al morado cuando bebía de más. El resto se ha perdido en el tiempo.

Basándose en el acontecimiento (aunque sin mencionarlo de forma explícita, pues su historia se desarrolla varios siglos después), Herbert Read compuso un extraño cuento dividido en dos partes: Oliverio, su protagonista, abandona su pueblo inglés en busca de aventuras el mismo día en que hacen su aparición los niños verdes. Su periplo le lleva a fundar en sudamérica un Estado utópico en donde los autóctonos viven en paz y armonía bajo su presidencia ilustrada. El secreto del éxito de esta sociedad está en mantener al país aislado e iletrado. Pero pasados treinta años Oliverio se aburre y regresa a su pueblo, justo para encontrarse por azar con la niña verde, que es ya una mujer. De manera fortuita ambos caen en una hondonada en el río, y llegan a un país subterráneo en donde habita el pueblo verde del que procedía la niña. Oliverio se queda a vivir allí, y ejercerá para nosotros de cronista de la vida y costumbres de esta segunda sociedad utópica. Pues la gente verde vive feliz, en un mundo de grandes cavernas subterráneas tenuemente iluminadas y en donde la temperatura se mantiene constante, no existe el día y la noche ni se suceden las estaciones. No existe, en definitiva, la noción del paso del tiempo. Este pueblo concibe el mundo de manera inversa a la nuestra: viven en un vacío finito, rodeados por la infinitud sólida de las rocas. Consideran, por lo tanto, su cuerpo material como la parte más elevada de sí mismos, temporalmente contaminada por el alma, un accidente intangible que desaparece con la muerte. Solo entonces su cuerpo alcanza la inmortalidad, pues se cristaliza y permanece sólido para siempre.

Las dos sociedades utópicas que nos describe Read no parecen tener ninguna relación entre sí, pero las une una idea: son dos sociedades cerradas a cal y canto, alejadas del resto del mundo. Sólo así pueden permanecer perfectas a través del tiempo. Tiempo cuya noción (y con ella la de cambio) ni siquiera se concibe en el mundo de los hombres verdes. Una idea extraña para un libertario radical como Herbert Read, desde luego.

Hoy, que el cine ha puesto de moda a los hombres azules, quería rescatar la historia de aquellos olvidados niños verdes que un buen día aparecieron por Woolpit y se quedaron a vivir entre nosotros.

 

La niña verde, de Herbert Read, acaba de ser reeditada por Duomo Ediciones