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De Zambia a Wakanda, las capitales del afrofuturismo

De Zambia a Wakanda, las capitales del afrofuturismo

De Zambia a Wakanda, las capitales del afrofuturismo

Cuando, en 1964, Edward Makuka Nkoloso lanzó a la recién independizada República de Zambia a la carrera espacial y a la conquista de Marte, el mundo tuvo noticia de otra África bien distinta a la que nos ofrecen los tópicos. Un África de la era espacial, varios años por delante de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, las potencias más avanzadas de entonces.

Con el programa espacial africano de Makuka podemos decir que comenzó a gestarse aquello que, años después, acabaría conociéndose con el nombre de afrofuturismo, un movimiento que implicó a pensadores y artistas de las más diversas ramas de la cultura, pero todos enfocados en conectar África y vanguardia, África y el espacio, África y el futuro. Artistas fundamentalmente afroamericanos, desde el jazzman cósmico Sun Ra hasta los ritmos tecnocongoleños de Mbongwana Star, pasando por el funk espacial de Funkadelic. O escritores como Octavia Butler y otros autores de ciencia ficción, que mezclaron en sus libros tribus africanas y razas alienígenas.

Pero volvamos a Edward Makuka y su programa espacial. Nuestro hombre era un maestro de escuela zambiano que, a principios de la década del sesenta, aprovechó la inminente declaración de independencia de la futura república para lanzar su candidatura a la alcaldía de la capital, Lusaka, y, lo que es más importante, dar a conocer al mundo sus fantásticos planes de colonizar el planeta rojo. Para ello fundó y se puso al frente de la Academia Nacional de Ciencia, Investigación Espacial y Filosofía de Zambia.

El plan de Makuka era perfecto: sumarse a los fastos ceremoniales de la declaración de la independencia de la flamante República de Zambia con el lanzamiento, ese mismo día y desde el Estadio nacional de fútbol, de una astronave que pondría en Marte a un grupo de también flamantes zambianos. Para ello, la Academia Nacional de Ciencia, Investigación Espacial y Filosofía estuvo entrenando a un avezado equipo de afronautas, como se los denominó en la prensa. Un equipo formado por doce varones especialmente entrenados, mas una “chica espacial”, como la llamó Makuka (una joven de dieciséis años llamada Mata Mwambwa), una pareja de gatos (también, al parecer, especialmente entrenados) y un misionero cristiano. Al religioso, eso sí, se le dieron instrucciones estrictas de no imponer por la fuerza el dogma cristiano a los nativos que pudieran encontrarse en aquel planeta.

Al parecer, todo estaba preparado en la sede secreta que la Academia de Ciencia, Investigación Espacial y Filosofía había construido en un valle a unas siete millas de la capital, Lusaka. Allí, los afronautas recibían un riguroso entrenamiento, dando vueltas a un árbol con un gran bidón de aceite, o caminando sobre las manos, para emular las condiciones de falta de atmósfera que se encontrarían en el planeta rojo, según declaró Makuka al Lusaka Times. En el reportaje, Makuka insistía en el secretismo de la base espacial zambiana porque, decía, el país estaba infestado de espías soviéticos y americanos, que querían secuestrar a Mata Mwambwa, la chica espacial, y a los dos gatos, para apropiarse de todos los secretos de la tecnología espacial zambiana.

Zambia, en pleno corazón de África, pudo haber servido perfectamente de inspiración para Wakanda, el reino que imaginaron los guionistas de la Marvel Comics allá por 1966. Wakanda era un reino africano altamente tecnificado, y cuya máxima autoridad era el superhéroe Pantera Negra, que ejercía de monarca en sus horas libres. Pantera Negra mantenía la existencia de Wakanda, la nación tecnológicamente más avanzada del mundo, en el más estricto secreto, incluso para sus vecinos africanos. La explicación de tan tremendo desarrollo tecnológico se encuentra en un hecho acaecido en el pasado: la caída de un meteorito regaló a los nativos del lugar grandes cantidades de vibranium, un metal con fabulosas propiedades, que acabó dando a los wakandianos la supremacía tecnológica mundial. Wakanda, extrañamente, mantuvo una existencia secreta y aislada, en medio de un continente tercermundista, subdesarrollado y diezmado por el hambre. La neutralidad de Wakanda la asemeja a una Suiza africana (aunque en algún episodio entró en conflicto con el mundo exterior, y hasta llegó a anexionarse Canadá). Algo incomprensible para un superhéroe, Pantera Negra, que nació con la aparición del partido de los Black Panthers y la lucha por los derechos civiles de las minorías raciales en los Estados Unidos.

Pero, volviendo a 1964, ¿qué pasó con los afronautas zambianos? porque es evidente que no llegaron a pisar suelo marciano. Zambia, a diferencia de Wakanda, no contaba con una gran reserva de vibranium. Y, lo que es peor, tampoco tenía dinero, el vibranium del mundo real. La solicitud de siete millones de libras que la Academia de Ciencia, Investigación Espacial y Filosofía le hiciera a la UNESCO para financiar el programa espacial, finalmente no fue atendida. Y sin el dinero, Zambia no pudo lanzar sus cohetes y liderar la ciencia mundial. Además, el comité para la celebración de la independencia se opuso a incluir el lanzamiento de cohetes como parte de los festejos. Según Makuka, “estaban preocupados porque el polvo y el ruido aterrorizaran a los invitados”, y probablemente a toda la población. Y, para completar el cuadro de adversidades, Mata Mwambwa, la afronauta adolescente que lideraba el equipo, quedó embarazada en medio de los entrenamientos, y tuvo que regresar a su aldea junto a su familia.

El tiempo acabó sepultando en el olvido a Edward Makuka Nkoloso y sus intrépidos afronautas. Otros se acabarían llevando la gloria de viajar al espacio. Una reciente y hermosa exposición fotográfica de la artista y fotorreportera española Cristina de Middel nos ha vuelto a recordar aquella gran gesta que no pudo ser.

A fin de cuentas, siempre nos quedará Wakanda.

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