Blogia
lacajanegra

Afrociencia sorprendente: Blackenstein

Afrociencia sorprendente: Blackenstein

Afrociencia sorprendente: Blackenstein

De la avalancha de películas de bajo presupuesto hechas por actores negros y para un público negro que inundó las pantallas en los setentas, la gran mayoría era cine de acción, películas de hampones y policías en los barrios bajos de L.A. o Nueva York. Pero hubo producciones que escaparon a ese modelo y generaron curiosos subgéneros, como el cine de monstruos negros. La pionera fue Blácula, de 1972, peripecias vampíricas de un conde afrotransilvano cuyo éxito de taquilla propició una secuela un par de años después. No fue el único monstruo clásico revisitado: hubo también un Dr. Jeckyll y Mr. Black, por ejemplo. Y desde luego no podía tardar en llegar una versión negra del rey de los monstruos, este Blackenstein que hoy recordamos con devoción.

En un principo, AIP, los estudios que produjeron Blácula, eran los encargados de sacar adelante Blackenstein, y además con un presupuesto bastante generoso para este tipo de cine. Pero por alguna razón el proyecto acabó en manos de una modesta productora, Frisco, y con un presupuesto exiguo. Finalmente, en 1973 vio la luz esta obra maestra involuntaria del cine, Blackenstein, para mi y por muchas razones –ninguna de ellas buena– la mejor película de afromonstruos de la historia. Veamos: 

La primera novedad es que el padre de la criatura, el doctor Stein (Frank Stein, no me digan que no es ingenioso...) no es un excéntrico “científico loco”, sino todo un premio Nobel. Además, es blanco, el único en un elenco de personajes negros (tal vez, en una década en la que Obama era aún inimaginable, el director juzgó inconcebible un premio Nobel negro). El buen Dr. Stein es un científico serio y bienintencionado que, sin embargo, vive en un decrépito caserón castigado permanentemente por tormentas eléctricas, cena a la luz de las velas en su tenebroso salón, y tiene un laboratorio con artilugios de los años treinta aunque la película está ambientada en los setenta (sin duda ayudó que reutilizaran los decorados del Frankenstein de la Universal, de 1931...).

En el principio, tenemos a Eddie, un marine herido en combate. Por culpa de las minas antipersonas, perdió los brazos y las piernas, quedando convertido en un canelón humano (suponemos que andaría a cuatro patas sobre el campo minado, de otra forma no se explica). Su novia Winifred, que es médica, consigue que el afamado Dr. Stein se ocupe de él. Eddie tendrá una oportunidad gracias a la revolucionaria “solución de ADN” del doctor. La fórmula ya ha dado resultados en una mujer centenaria conservada como una treintañera, y en un hombre que recuperó una pierna aunque a cambio su piel adquirió rayas como de cebra. Como vemos, la “solución de ADN” es de amplio espectro.

Técnicamente hablando, la película es, digamos, peculiar: la música de suspense salta en los momentos en donde no pasa nada, mientras que en las escenas de tensión suena música de ascensor. La iluminación es tan escasa que resulta difícil ver a los actores (negros) en las escenas nocturnas, que ocupan casi todo el metraje. Al musicalizador sordo y al iluminador ciego se le suma un elenco de actores irrepetibles (afortunadamente). Joe deSue, el actor que interpreta al futuro monstruo es un prodigio de inexpresividad. En los escasos diálogos que tiene da la impresión de estar al borde del coma. Tal vez, pensamos, lo metieron al set drogado, única manera de hacerlo participar en la película. En todo caso, que sepamos, no volvió a interpretar ningún papel en el cine después de Blackenstein. Lástima, hubiera estado genial haciendo de la Momia.

La caracterización del monstruo es otra de las cúspides estéticas de la cinta. No tiene nada que envidiarle a los hallazgos de un Jack Pierce, el creador de la imagen del Frankenstein de Karloff. La nota más característica de nuestro Blackenstein es, naturalmente, su peinado afro con forma de cubo. Pero a eso hay que sumarle un impecable conjunto supercool de traje y sweater de cuello alto negros, al mejor estilo soulman, y unas botitas de media caña acharoladas que, suponemos, vendrían ya con el juego de piernas nuevas, puesto que el monstruo sale con ese look directamente de la mesa de operaciones. Tornillos en el cuello no lleva, porque Blackenstein, como buen hijo de su tiempo, no es producto de la electrolisis sino de los enredos con el ADN.

El elemento clave del filme es el ayudante del Dr. Stein. Un ayudante que ni es jorobado ni se llama Igor sino Malcolm, y al que a pesar de su titulación universitaria vemos servir los platos a la hora de la cena y realizar, en general, todas las tareas domésticas. Una curiosa mezcla de médico residente y mucama a tiempo completo. Malcolm, fatalmente, se enamora de la bella Winifred, pero ella está comprometida con el marine demediado. El asistente, entonces, manipulará la fórmula de ADN que le administran a Eddie, con la intención de frustrar su recuperación. Como consecuencia, a Eddie le crece un peinado afro cuadrangular y por las noches sale a destripar viandantes para regresar luego a su habitación. El Dr. Stein y Winifred sospechan que algo pasa con Eddie: ahora ya solo gruñe y camina rígido y con los brazos hacia adelante, como si fuera Frankenstein...

Malcolm, el asistente, mientras tanto, pierde la paciencia y el romanticismo e intenta violar a Winifred, pero se cruzará con Blackenstein y morirá destrozado. El monstruo, descontrolado, se lanza entonces a una orgía de destrucción y... 

Aquí viene uno de los finales más auténticamente apoteósicos de toda la historia del cine. No me puedo resistir a contarlo, de manera que quien quiera esperar a ver la película mejor no siga leyendo. También creo necesario advertir que si hay personas impresionables, abandonen este post ahora mismo... 

Pues bien, el Monstruo finalmente es atacado por unos perros..., que se lo comen. Han leído bien, se lo comen. En la escena final, los perros devoran con buen apetito una ristra de salchichas que, suponemos, el director ha querido hacer pasar por los intestinos del monstruo. Un inesperado final gastronómico que no dejará indiferente a nadie, no lo duden.