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La cara oculta de la Luna

La cara oculta de la Luna

La cara oculta de la Luna

Muchas fueron las formas en que, a lo largo de los años, los hombres soñaron la vida en otros mundos. Imaginativas visiones que dieron lugar a un sinfín de obras especulativas en la literatura y el cine. Así, hemos visto civilizaciones y pueblos mas allá de nuestro planeta, desde los muy tecnológicamente avanzados hasta los más bárbaros y primitivos. Pero ninguno tan singular como el que nos describe Doris Wishman en Nudistas en la Luna, su obra maestra, estrenada en 1961.

Wishman, que se inició tardíamente en la dirección de películas y lo hizo de manera totalmente autodidacta, ha sido muchas veces comparada, injustamente, con Ed Wood (injustamente para Ed Wood, digo). Esta visionaria mujer sacó buen provecho de un significativo hueco en la legislación audiovisual americana de la época: un precedente judicial que permitía, con fines didácticos, rodar escenas de desnudos siempre y cuando se realizaran en campamentos nudistas y tuvieran un carácter más o menos documental. Sobre esta piedra Doris Wishman edificó su obra.

Así es que, en 1960 y con un exiguo presupuesto que no llegaba a los 50.000 dólares, Wishman se embarcó en el más sorprendente relato de vida en otros mundos jamás contado: la historia de los nudistas del espacio exterior.

Pero vayamos a la película sin más dilación: un tío con una pipa y su sobrino, científicos ambos, deciden montar por su cuenta, con el dinero de una herencia, un cohete para viajar a la luna (un alarde de la famosa “iniciativa privada” que ha hecho grande a América, sin duda). Con unos trajes espaciales que harían felices a los Teletubbies, arriban a la soleada superficie lunar, un idílico paisaje con palmeras y un límpido cielo azul que recuerda extraordinariamente a Miami, lugar en donde coincidentemente se rodó la película (concretamente en el Coral Castle, un parque de curiosas estructuras hechas con 1.100 toneladas de piedra de coral, construído –de manera inexplicable– con sus propias manos por un inmigrante letón en los años cuarenta, como consecuencia de un desengaño amoroso. Pero esa es otra historia...). Allí habitan los selenitas, una civilización desnuda de la cintura para arriba, con unas curiosas antenitas en la cabeza (que la directora elaboró con las escobillas que se utilizan para limpiar las pipas), y que viven edénicamente, en una sucesión de juegos y bailoteos sin fin, dorando sus espléndidos cuerpos al sol de la Florid... de la Luna. Aunque hay algunos hombres, las selenitas son fundamentalmente mujeres. El selenita macho no parece pintar mucho en este mundo. Suponemos que por las ventajas evidentes que tiene la mujer en una civilización desnuda de la cintura para arriba.

Una vez alunizados, nuestros científicos descubren a las nudistas. Y a partir de este punto y por todo lo que resta de película, se dedican a... tomar notas y fotografiar a las muchachas, ora chapoteando en un estanque, ora jugando con un balón o girando risueñas en un tiovivo de piedra, mientras suena una musiquilla de piano ligero de fondo. Aquí, suponemos, se justifica el carácter “documental” de la cinta. El breve nudo dramático llega hacia el final, cuando el astronauta jefe le dice a su joven sobrino –irremediablemente enamorado de la reina de la luna– que hay que regresar, puesto que se les está acabando el oxígeno. El joven quiere quedarse, aunque, claro, entiende que sin oxígeno será muy difícil consumar su amor. Por lo tanto, vuelta a la Tierra y fin de la historia.

La película tuvo sus inconvenientes: en el estado de Nueva York fue prohibida bajo el peregrino argumento de “que en la luna haya campos nudistas no es verosímil”. La carrera de Doris Wishman –cuyo estilo característico incluye cambios inexplicables de raccord, escenas fuera de foco o largos planos de detalles sin importancia– continuó explorando las posibilidades del nudismo en cintas como Blaze Starr goes Nudist, Behind the Nudist Curtain o Hideout in the sun, o extraños thrillers del calibre de The Amazing Transplant o Deadly Weapons, sobre una mujer que se convierte en asesina en serie utilizando como arma letal sus enormes pechos.

Con el paso de los años, el tímido erotismo voyeurista de las películas del género “nudie” fue perdiendo su sentido frente a propuestas más explícitas, y directores del género como nuestra Doris Wishman fueron cayendo en el olvido. Pero a partir del redescubrimiento de su obra magna, redescubrimiento del que esperamos contribuir modestamente desde aquí, ya nunca podremos mirar la luna de la misma forma.

(Algunos años después del estreno de Nudistas en la Luna, la misión Apolo 11 llegó al satélite. Si el comandante Armstrong llegó a ver allí muchachas en topless, es algo que no llegaremos a saber nunca. A ese respecto, sus labios parecen estar sellados).