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Genios incomprendidos de la música: Muzak

Genios incomprendidos de la música: Muzak

Genios incomprendidos de la música: Muzak

Bach, Mozart, Beethoven, Muzak. Esa es la línea ascendente que marca la evolución de la música en la cultura occidental. Pero resulta que Muzak no es una sola persona, sino toda una empresa. Una empresa que, con riguroso método científico, se dedicó a fabricar música especialmente concebida para hacernos trabajar hasta morir pero sin perder la sonrisa.

Todo comenzó con un general del ejército de los Estados Unidos llamado George Owen Squier, que inventó un sistema –el Multiplex– capaz de enviar información analógica a través del cableado eléctrico. De esta manera, se podía enviar música directamente a cualquier punto de la ciudad que dispusiera de instalación eléctrica, por ejemplo, una fábrica. Entonces alguien pensó que esa música podría, ya de paso, servir para algo: algo como que la gente trabajara más mientras la escuchaba.

Para esto era necesario utilizar una música hipnótica, que impulsara al obrero a generar, como en estado de trance, un flujo de trabajo constante y eficiente durante todo el día. Pero, claro, una música capaz de hacer tal cosa todavía no estaba inventada.

Así nace, en 1922, Muzak, una grandiosa empresa formada por técnicos, científicos y psicólogos encargada de generar el milagro y proveer de música mesmerizante a medida y por encargo para sus clientes (fábricas y grandes empresas, básicamente), dando nacimiento a lo que se conocería mundialmente como “hilo musical”. 

Puesto que esta música debía cumplir una función muy concreta –incrementar la productividad– los genios de Muzak hicieron un trabajo científico pionero en la comprensión de la manera en que la música se relaciona con el estado de ánimo y la conducta. Contaban, además, con un plantel de músicos estable que grababa las composiciones, siguiendo sus estrictas pautas. Luego, la música se transmitía –a través de la red eléctrica– por unas cajas provistas de altavoces, similares a un equipo de radio, que la compañía distribuía, y que, colocadas en cada despacho, sala, oficina o taller, no dejaban nunca de sonar, para beneficio del progreso material.

Muzak se dedicó a facturar tanto composiciones propias como versiones de temas ya populares. Y es aquí donde debemos reconocerles la más alta cota de genialidad: hacia los años 40 los ingenieros de Muzak habían perfeccionado su técnica: Lo primero era quitar la letra y la voz, paso fundamental para despersonalizar la canción elegida. La música de Muzak era, por este motivo, siempre instrumental. Después venían los arreglos: se procedía a simplificar el rango tonal, llevando todo a los tonos medios, saltándose tanto los molestos agudos como los graves, “aplanando” el sonido lo más posible, para evitarle al oyente el más mínimo sobresalto. El principio rector de la música de Muzak era pasar totalmente desapercibida. Se limaba el sonido con sedosos y acariciantes arreglos de cuerdas, y se reducían al máximo percusiones y demás instrumentos chirriantes . Aplicaban además un procedimiento al que llamaron “Stimulus-Progression”, que consistía en ciclos que aumentaban levemente, cada quince minutos exactos, la intensidad y el ritmo de la música, para generar en el oyente un “subidón” que lo mantuviera embobado pero despierto y lo hiciera aumentar el ritmo de trabajo a lo largo del día. La empresa floreció especialmente durante los años de la segunda guerra mundial, cuando se hizo necesario estimular locamente la producción en todas las fábricas del país. Era sonar Muzak, y no parar de fabricar zapatos, misiles o lo que fuera.

En poco tiempo la música de Muzak acabó dominando el mundo, consiguiendo unos cien millones de oyentes. La compañía estableció estudios de grabación (y orquestas estables) por toda norteamérica. Sus interpretaciones sonaban en todas partes, como omnipresente banda sonora de nuestra vida (laboral). Hasta el presidente Eisenhower mandó instalar, en los años cincuenta, aparatos de Muzak por toda la Casa Blanca.

No les faltaron detractores, sin embargo: hubo quien calificó los métodos de Musak de “pura pseudociencia”, aduciendo que solo se trataba de musiquilla intrascendente, y que no estaba probado que consiguiera aumentar el ritmo de trabajo o la productividad de los empleados. Muzak siempre se defendió jurando una y mil veces que su sistema de composición, arreglos e interpretación era infalible en la tarea de lavar el cerebro y producir zombis que trabajaran sin descanso. Otros llamaron a sus producciones “música de ascensor” o “música para aeropuertos” de forma despectiva, sin llegar a entender nunca que el sonido intrascendente era justamente el gran objetivo de Musak. Objetivo alcanzado generosamente, hay que decir, puesto que, aunque la hayamos oído mil veces, es completamente imposible recordar nada de su música.

Pero eso fue la gran tragedia de Muzak: haber conseguido crear una música que pase completamente desapercibida, que nadie recuerde, que a nadie distraiga ni llame la atención fue sin duda el principal motivo por el que hoy no se coloque a Muzak en lo más alto del podio de la creación musical. Porque mientras año a año se celebran grandiosos festivales en honor de un juntanotas como Wagner, la música de Muzak no goza hoy del reconocimiento que se merece. ¿Qué otra cosa sino sopor produce El Anillo del Nibelungo, comparado con la versión Muzak de Amapola, que ha puesto a trabajar de 8 a 17 hs a generaciones enteras?

Hacia mediados de la década de los sesenta, y según crecía la tendencia que asociaba la música a la rebeldía, la influencia de Muzak fue declinando, y ya con el cambio de siglo acabó absorbida por la compañía Mood Music, un proveedor de música enlatada de todo tipo, que sin embargo aún conserva un pequeño apartado de “la vieja y tradicional música de ascensor”. Un melancólico final para la música intrascendente más trascendente de la historia.

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