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Octobriana, la bomba politicosexual contra el poder del Kremlin

Octobriana, la bomba politicosexual contra el poder del Kremlin

Cuando, hacia 1970 y en plena guerra fría, un joven ruso consiguió llegar a Londres después de haber cruzado el telón de acero con una maleta repleta de impactantes dibujos, el Mundo Libre al completo arqueó las cejas. No era para menos: aquellas páginas revelaban la existencia de la primera y única superheroína soviética, la curvilínea Octobriana. Algo insólito viniendo de un régimen que reprobaba explícitamente este tipo de material “decadente”. Pero mayor fue el impacto cuando el joven dio a conocer a los verdaderos autores de tan llamativo personaje: una organización soviética clandestina autodenominada Pornografía Política Progresista, cuyo objetivo era difundir por toda Rusia los cómics, el sexo, las drogas y la acción política. ¿Era todo esto posible al otro lado del telón de acero?

El joven en cuestión se llamaba Petr Sadecký, y contó su historia al mundo en un libro, publicado por una editorial británica en 1971, llamado Octobriana y el Underground Ruso, que nada más salir se convirtió en el boom editorial del año.

El libro contaba la historia de cómo su autor había contactado con una célula de esta organización. Incluía varias oscuras fotos de algunos de los miembros de Pornografía Política Progresista, en su sede clandestina, y unas cuantas páginas del polémico y sorprendente cómic de Octobriana, la superheroína bolchevique, llamada así por la revolución de Octubre que cambió la historia de Rusia.

Octobriana es una rubia voluptuosa, de inconfundibles rasgos eslavos, vestida con ajustadísimas mallas y ceñido top minimalista, y armada con un cuchillo y una pistola automática. En su frente luce la clásica estrella roja de la revolución. Sus aventuras están plagadas de espectaculares encuentros sexuales (incluso con animales) y llenas de encendidas soflamas políticas.

La cuestión es que en la Unión Soviética los cómics, y muy especialmente si son erótcos y de superhéroes, siempre se consideraron una manifestación de la imparable decadencia cultural del satánico occidente. Nada que ver con las muestras del puro y aleccionador arte socialista autorizado por el Kremlin. De ahí el tremendo poder disolvente y contrarrevolucionario de la sola existencia de Octobriana.

En el libro, Sadecký cuenta cómo, diez años atrás y durante unas conferencias sobre cómics en Kiev, una persona se le acercó y le confió que pertenecía a una organización secreta que se proponía difundir por toda la Unión Soviética el cómic de una heroína llamada Octobriana, con altas dosis de sexo y explosivo contenido político. Sadecký, naturalmente, se unió a ellos de inmediato, traicionando, según sus propias palabras, la hasta entonces inquebrantable pureza de su fe revolucionaria.

Nada más llegar al cuartel general de la célula de Kiev de Pornografía Política Progresista, un sótano lleno de retratos de Lenin en las paredes, pilas de revistas porno por todos lados, y con los ventanucos pintados de negro para que no entre la luz exterior, Sadecký se topó con la mujer que lo lideraba, la increíble Lydia Borisovna Gal, que siempre iba completamente desnuda, a excepción de un par de botas de cuero. Gal había estado ingresada en un psiquiátrico, por lo que en el libro es la única integrante de la organización que aparece con su nombre real, puesto que Sadecký consideraba que era inimputable, incluso por un sistema judicial tan dudoso como el soviético. La describe como “delgada pero con un busto hiperdesarrollado”, siempre bronceada y dispuesta al sexo en cualquiera de sus formas, porque aunque Gal era lesbiana, también tenía relaciones con hombres y con lo que se le pusiera por delante. Gal parecía ser la evidente inspiración para Octobriana. Los otros integrantes del grupo no le iban a la zaga, e incluían a un judío loco, un nihilista radical, una viuda sexópata o un camionero anarquista. Todos compartían orgías y consumían drogas y alcohol en abundancia.

El caso es que al poco tiempo de publicado el libro y pasado el impacto inicial, algunas afirmaciones de Petr Sadecký empezaron a sembrar la duda. Resulta que las páginas de Octobriana que se reproducen en el libro (un par de aventuras, incompletas, con nombres llamativos como “Octobriana y los hijos atómicos del dirigente Mao”) muestran a nuestra heroína montada en un pajarraco prehistórico o enfrentándose a una morsa gigante. Secuencias de acción y aventuras, pero ni rastro de escenas sexuales, ni mucho menos de proclamas políticas. Estos ingredientes solo aparecen mencionados por Sadecký. La historia empieza a hacer aguas…

Pero el golpe de gracia lo propina un par de dibujantes checoslovacos que llegaron a Londres buscando a Petr Sadecký para reclamarle un montón de trabajos que les había birlado, con la excusa de que podría venderlos a buen precio al otro lado del telón de acero. Sadecký había partido de Praga con su maleta llena de dibujos, y los artistas checos no habían vuelto a tener noticias. El caso es que, entre todas estas páginas, estaban las aventuras de una chica despampanante llamada Amazona, que vivía sus aventuras de fantasía en una jungla plagada de animales gigantes (nada de sexo, y mucho menos de política). Se supo entonces que Sadecký tomó estas páginas, y transformó a Amazona en Octobriana, por el simple trámite de dibujarle en la frente una estrella roja.

Todo lo demás fue, sencillamente, un invento. Un fraude que consiguió engañar a su editor y al respetable público lector al completo. Pero, como dice el refrán, “se non è vero, è ben trovato”, es decir que, aunque no fuera cierta, la historia era tan buena que el libro de Sadecký, Octobriana y el Underground Ruso, pasó de ser un best seller sobre el comunismo, a libro de culto para degustadores de rarezas creativas y brillantes imposturas.

Y en cuanto a Octobriana, puesto que Sadecký nunca reclamó su autoría, inició una vida propia en manos de los más variados autores de cómics de todo el mundo, que la incluyeron cada tanto como invitada especial en las aventuras de sus propios personajes. Hasta el mismísimo David Bowie, admirador confeso del libro de Sadecký, llegó a acariciar el proyecto de producir una película con ella. Hubiera sido maravilloso.

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